Cambio de hora

Lo urgente, usted lo sabe, no es siempre lo importante; basta con ver los plenos municipales para darse cuenta

Yolanda Vallejo

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Pongámonos en situación: son las nueve de la mañana, no se ha sacudido aún los restos de la noche y ya hay quien le ha dicho –varias veces– que en realidad, son las ocho y ya le ha advertido que irá durante todo el día ... con el pie cambiado. Que no sabrá bien a qué hora comer, a qué hora planchar la oreja en el sofá, y que luego todo se le harán prisas cuando el reloj marque las nueve –de la noche– y su cabeza aún esté pensando por qué demonios seguimos cambiando la hora cuando el Parlamento Europeo aprobó hace ya tres años acabar con esta costumbre que, al parecer, nos ayudaría a reducir el consumo energético –a buenas horas–, y a prescindir de luz artificial durante las últimas horas de la jornada laboral . Un ahorro que, dicen los que saben, representaría un cinco por ciento –menos da una piedra– de la factura de la luz y que nos ayudaría a alinear nuestros horarios con el Sol y nos haría más ecologistas y sostenibles y hasta más madrugadores; y como usted sabe, porque lo dice el refrán «a quien madruga…» lo ayudan desde el más allá. El caso es que aquí estamos, tres años después, con una prórroga indefinida sobre el acuerdo tomado en el Parlamento Europeo, cambiando los relojes y lamentando que, un año más, alguien nos ha robado una hora.

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