Caleeeeetaaaaaaa
«La cosa va de la poca autocrítica que existe en esta ciudad, tan beligerantes para la paja en el ojo ajeno y tan complacientes para la viga que se nos cae encima»
No le descubro nada nuevo si le digo –si le vuelvo a decir- que no me gustan las banderas. Seguramente porque me pasa lo mismo que a Norman Mailer, que las banderas me hacen sentir incómoda, o que, por mucho que lo intente, no veo ... más allá de un trozo de tela donde otros ven cosas que yo nunca creería, tan respetables, eso sí, como rayos-C brillando en la oscuridad cerca de la Puerta de Tannhäuser, por poner un ejemplo. Donde otros ven patrias, ideas, luchas, logros, yo solo veo «adornos y reclamos para hoteles y embarcaciones», que decía Rosa Regás. Ni me emocionan, ni mucho menos me representan, así que nunca he tenido el más mínimo apego por nada que vaya colgado de un mástil, más allá de las epifanías deportivas o del festival de Eurovisión que, dicho sea de paso, me sigue fascinando.
Pero no venía yo a hablarle de Eurovisión, ni tampoco a darle un mitin sobre simbologías patrióticas, mucho menos cuando ayer mismo una plataforma estatal ponía en escena un simulacro de referéndum sobre la forma de gobierno en este país. Monarquía o República eran las dos posibles respuestas a una pregunta que, de momento, nadie ha formulado de manera oficial y, mucho me temo, no parece que esté en la hoja de ruta –odio esta expresión- del Gobierno en los próximos tiempos. No me parece mal que se pregunte a la gente lo que quiere, vino o cerveza, pan o picos, café o té; sea lo que sea, siempre está bien ejercer la democracia cada vez que nos dejan, que tampoco vaya usted a pensar que nos dejan muchas veces.
Y eso que hoy, que se celebra el Día Internacional de la Objeción de Conciencia, estaríamos legitimados para celebrarlo poniendo objeciones a todo lo que, en conciencia, nos parece que no termina de encajar. Verá. Adoro las contradicciones porque estamos hechos de ellas y porque cuanto antes aprendamos a reconocerlas antes iniciaremos ese proceso de autoconocimiento que tan liberador es para la conciencia. No es fácil de hacer, le advierto. Llevo mucho tiempo ejercitando el noble arte de la contradicción -de las mías propias y de la de los demás- y aún sigo sorprendiéndome. Una delegación del Ayuntamiento de Cádiz -y no solo- ha viajado hasta Munich para participar en el Inmersisive Study Tour y calentar motores para convertir a nuestra ciudad en ‘capital ciclista europea’, algo que sería políticamente estupendo porque según nuestro alcalde «el fin y el objetivo de la política es la felicidad de la gente». A mí, sin ir más lejos, me haría muy feliz lo de la bicicleta, sobre todo porque rentabilizaría mucho la inversión del carril-bici y porque me haría pensar en una ciudad libre de coches, sin problemas de aparcamiento… una cosa civilizada, para entendernos. A mí, que ni tengo coche ni pretensiones de tenerlo y que me muevo siempre en transporte público, me parece una idea fantástica; luego veo que el mismo Ayuntamiento pretende subir el precio del autobús urbano mediante un sistema no lineal de premios y penalizaciones y pienso en la contradicción. Pero no me da tiempo a pensarlo mucho, porque como ya sabe usted, la realidad siempre supera a todo lo imaginable, y no vamos a fijarnos siempre en el dedo teniendo toda la luna.
Esta semana conocíamos que La Caleta ha perdido la bandera azul que otorga la Fundación Europea de Educación Ambiental a las playas que cumplan una serie de requisitos ambientales y de salubridad. Como usted comprenderá, no me quita el sueño el tema de la bandera, y puedo vivir sin ella, pero sí me preocupa, y bastante, la autocomplacencia con la que han tratado el tema tanto nuestros dirigentes como nuestros vecinos.
En el imaginario colectivo de nuestra ciudad, La Caleta tiene ese punto totémico de territorio sagrado donde va a morir el sol cada tarde, gracias a ese embrujo sobrenatural de esa diosa del mar y todo lo que usted ya sabe, Caletaaaaaaaaaaaa . Pero además tiene el marchamo de reclamo turístico y de carta de presentación de una ciudad a la que le quedan tan pocos cartuchos que quemar que desperdiciar alguno por «tres análisis puntuales» no parece lo más inteligente. No sé si me explico, pero la cosa no va de «29 sobresalientes y 3 notables» como justificaba la concejala de Medio Ambiente, ni va de que las mojarritas ya le han dado la bandera azul, ni va de que como La Caleta, ni hablar.
La cosa va de la poca autocrítica que existe en esta ciudad, tan beligerantes para la paja en el ojo ajeno y tan complacientes para la viga que se nos cae encima. Los que otorgan la bandera exigen unos requisitos que no son cuestionables y La Caleta no los cumple; no se trata de decir que nos hemos quedado a poco, se trata de reconocer que no hemos llegado. De reconocer que, en ocasiones, la salubridad de la playa del centro ha dejado mucho que desear -hasta una plaga de sarna tuvimos no hace mucho-, que los campamentos instalados bajo el balneario no son, precisamente, el mejor escaparate y de analizar -no sólo la calidad del agua- sino el estado general de limpieza de nuestro litoral. La cosa va de reconocer nuestras contradicciones, en definitiva.
Ya le dije que yo esto lo trabajo mucho, lo de las contradicciones, pero a veces, qué quiere que le diga, me pongo como Escarlata O’Hara y me digo a mí misma que ya lo pensaré mañana. Y mañana comienza el COAC...