HOJA ROJA
El beneficio de la duda
Y a ve lo que son las cosas, nos habíamos hecho tanto a la pandemia y sus circunstancias que ahora se nos hace raro esto de volver a la normalidad
Y a ve lo que son las cosas, nos habíamos hecho tanto a la pandemia y sus circunstancias que ahora se nos hace raro esto de volver a la normalidad. A todo se acostumbra el cuerpo, también a las restricciones, a los horarios limitados, al ... control de aforos y a la distancia, que dicen que es el olvido, y tienen razón quienes lo dicen. Un año y siete meses después de declararse el primer estado de alarma, prácticamente se nos ha olvidado cómo era aquello de vivir sin permiso.
Usted también lo ha comprobado, porque ahora no sabe si dar besos, abrazos, el codo, o el pie cuando se reencuentra con viejas amistades; no sabe si marcar el territorio sigue siendo de mala educación o, por el contrario, un signo de responsabilidad civil; no sabe si quitarse la mascarilla en público puede escandalizar más que quedarse en pelotas. Pero desde el viernes estamos, oficialmente, en el nivel cero –desconozco a qué fase de la pantomima de la desescalada equivaldría, o si ya hemos desescalado del todo- y eso nos da derecho a recuperar algunas de las cosas que perdimos cuando transitábamos por el camino de la incertidumbre.
Lo haremos con miedo, claro, y sobre todo, con desconfianza, con la misma desconfianza con la que aquel 8 de marzo nos tiramos a la calle para celebrar un carnaval chiquito lleno de dudas y de sospechas, pero sin saber a qué nos íbamos a enfrentar. Volveremos a las barras de los bares, a asaltar las pistas de baile, a celebrar bodas y comuniones, a llorar en los tanatorios y a llenar los estadios –sin comer ‘ni pipas’, eso sí- , pero lo haremos mirando por encima de la mascarilla por si acaso… De las cosas más seguras, decía Cervantes, lo más seguro es dudar.
Y en eso estamos. Porque el consejero Aguirre avisa, para que nadie lo pueda llamar traidor, de que hay que seguir en alerta porque «igual que unas cifras nos llevan hacia abajo, hay otras que pueden hacerlo hacia arriba» –de primero de Barrio Sésamo el ejemplo, pero muy ilustrativo- y la pandemia no se ha terminado. Basta con escuchar a Tedros Adhanom, director general de la OMS diciendo que la pandemia «se acabará cuando el mundo quiera», para darse cuenta de que el mundo no está ahora mismo en disposición de querer.
A todo se acostumbra el cuerpo, le decía al principio, y esa es la clave para que, desde el punto de vista social, podamos decir que la epidemia está casi superada. Prácticamente estamos todos vacunados, la incidencia baja, no existe ya presión hospitalaria y los datos sanitarios son muy optimistas en inversa proporción a los datos políticos y económicos. En resumen, que ya estamos a otra cosa; el precio de la luz sube y con él el de los productos de primera necesidad que han disparado el coste de la cesta de la compra, el IPC se pone al mismo nivel del 2012 -¿se acuerda? El año sin paga extraordinaria-, se prorrogan los ERTEs y empieza a notarse cierto nerviosismo preelectoral.
Volvemos a la normalidad, aunque nos resulte extraño. Y como ningún sentimiento es definitivo –citar a Rilke siempre queda bien en cualquier situación- no hemos salido de esta reforzados, ni unidos, ni por supuesto, somos mejores. Somos los de entonces, seguimos siendo los mismos. La presidenta de la Comunidad de Madrid cuestiona al Papa por pedir perdón histórico, «a mí me sorprende que un católico que habla español –los católicos que no hablan español no cuentan para sorprender a Ayuso- hable así de un legado como el nuestro». Vox quiere limitar, de manera legal, el léxico vegano. Vargas Llosa vuelve a dar titulares, «los países que votan mal, lo pagan caro», la sobrevalorada ministra de Trabajo afirma que «la austeridad forma parte del pasado» y nuestro alcalde nos pide «el beneficio de la duda» ante la impopular decisión de cambiar las fechas del Carnaval. Aunque le honra –y no me cuesta nada reconocerlo- el hecho de asumir que «puede que nos hayamos equivocado», pasando de decir que el Carnaval y el Corpus podrían convivir sin problemas en el mismo espacio y tiempo, a afirmar que «si hay una mínima posibilidad de que el Carnaval no coincida con el Corpus se hará» y a plantear un adelanto real de las fiestas preveraniegas. En fin.
La normalidad ha venido y nadie sabe cómo ha sido. Tampoco sabemos si ha llegado para quedarse, o solo para darnos un respiro, o un susto, quién sabe. Lo importante es saber a dónde nos va a llevar, y por eso hay que andar con pies de plomo en esta travesía. Porque del ridículo nunca se vuelve, como decía Josep Pla –no sé si Pla está ya en las listas negras de la corrección política- y estamos solo a un paso.
Así que no sé si concederle a esta realidad el beneficio de la duda y apuntarme al taller de costura para cuerpos no cisheteronormativos que organiza la asociación Aghois Lgtbcadiz en colaboración con nuestro Ayuntamiento. Antes, a talleres así los llamaban «corte y confección», y los impartía la Sección Femenina, pero claro, eran otros tiempos, cuando nada era normal.
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