HOJA ROJA
Allegados
A Salvador Illa se le nota que tiene formación filosófica en que nos pone a pensar cada que vez que hace una comparecencia
A Salvador Illa se le nota que tiene formación filosófica en que nos pone a pensar cada que vez que hace una comparecencia. Es lo bueno –casi lo único bueno– que tiene todo esto de la pandemia. Cuando el ministro habla es capaz de abrir ... un debate nacional no en torno a la gestión de la crisis sanitaria, sino en torno a aquello que decía Juan Ramón Jiménez, ya sabe, lo de la inteligencia y el nombre exacto de las cosas. Nos pasó con la desescalada y todas sus fases –aunque dimos entonces la batalla por perdida– , y nos ha vuelto a pasar esta semana; porque una palabra suya no basta para sanarnos, pero sí para entretener los ánimos, y de qué manera. Primero dijo el ministro que no era necesario definir el término «allegado» porque todo el mundo sabía lo que significaba la palabra «allegado», muy largo lo estaba fiando; lo que no sabía el ministro es que, en este país, todos somos lingüistas, expertos en polisemia, y, sobre todo, herederos del Lazarillo y del Buscón, y tampoco sabía que por las grietas del diccionario se cuelan los cuñados, los vecinos y hasta los miembros del club de fans de la Pantoja –esos que le pagan las bragas, los jamones y las hipotecas de Cantora.
Así que el ministro tuvo que precisar y echar mano de su formación filosófica, porque ni la RAE, en las tres acepciones que ofrece del término en cuestión, tenía la llave para volver a cerrar la caja de los truenos que habían abierto los allegados. ¿Qué es un allegado? decía la gente por las calles, por las plazas, por las redes sociales –imposible ya debatir en las barras de los bares– , por las esquinas. ¿Eres tú un allegado? ¿Cuántos allegados tengo? ¿Puedo meter en mi casa a diez allegados? ¿Mi suegra es una allegada? Defina allegado, señor ministro. Y el señor ministro, al que se le nota que tiene formación filosófica, lo volvió a hacer «Un hijo que esté estudiando en otra comunidad y quiera reunirse con sus padres o una persona que sin tener una relación familiar clásica, tenga una vinculación sentimental muy determinada; eso es lo que hemos querido decir». Ya lo ve, está clarísimo. Su hijo, si está estudiando fuera, no es un hijo, es un allegado, y lo puede usted intercambiar por ejemplo con su panadero, al que ve todos los días –más que a su hijo– y con el que guarda una relación muy determinada –no en vano, es el que le proporciona el pan nuestro de cada día– o con el repartidor del butano, que no sería la primera vez.
Se llama Salvador Illa pero ya todos lo conocen por «me hago la picha un lío», o por «voy a liaros un poco más». Por tercera vez –no se vayan todavía, que aún hay más– intentó definir el término «se trata de una persona con la que se tiene una actividad especial». Vaya por Dios, seguimos para bingo ¿qué es una actividad especial? Inténtelo de nuevo, señor ministro. Y por cuarta vez, hizo el esfuerzo el filósofo, «aquella persona con la que se tiene un vínculo sentimental pero no una relación de parentesco», otro intento fallido. Tanto es así, que Juanma Moreno –el hombre que les susurraba a las vacas– ha tenido que salir al paso y confirmar que «pulirá» esto de los allegados para impedir los «coladeros» en las cenas de Navidad. Así, la Junta de Andalucía introducirá «matices» en la definición de «allegado» y el próximo jueves nos contará las diferencias entre un allegado asturiano y un allegado andaluz, por ejemplo. Porque no es lo mismo, y usted lo sabe, un allegado catalán que un allegado extremeño, sobre todo a la hora de abrir el monedero, o de animar la sobremesa.
Mientras tanto, voy haciendo una lista de allegados, siguiendo mi propio criterio –tan válido como cualquiera– y también tengo mis dudas. ¿Un compañero de trabajo es un allegado? ¿Qué es un vínculo sentimental? ¿Qué se entiende por relación familiar clásica? ¿Lo de todos los años? ¿Es un allegado más que un conocido aunque al conocido se le tenga cariño? ¿Dónde está la escala de los afectos? ¿Puedo hacerme un «Plácido» y sentar a un pobre a mi mesa»? Me quedan tres plazas libres en Nochebuena ¿a quién invito?
Me resulta fascinante que todo el país esté, a estas alturas y sin puente que cruzar, discutiendo el significado de una palabra, como si se nos fuera la vida en ello. De aquí a abrir el debate sobre la devoción por Faulkner nos queda poco, solo falta que aparezca el cabo Gutiérrez en una de estas comparecencias oficiales; al fin y al cabo, cada día amanece y no es poco.
En el fondo, el filósofo Illa nos estaba dando una clase sobre significado y significante, algo básico, que se aprende en la Primaria. No tuvo en cuenta, pobre ministro, que en los informes PISA seguimos siendo los últimos en eso de la compresión lectora y que si hay un sentido del que carecemos, es el sentido común. Y tampoco tuvo en cuenta que estamos hartos de bailar la yenka con este gobierno. «La paciencia –también lo ha dicho Illa– tiene un límite, no hay más ciego que el que no quiere ver».
Pues eso mismo, a ver si usted entiende sus propias palabras, señor ministro.