Ahora que sufra el pueblo

«...Podríamos preguntarnos por qué en el último Pleno municipal del verano se pide que se abran las duchas y los lavapiés en la playa, incluso preguntarnos por qué siguen siendo telemáticos los plenos municipales...»

La Avenida Juan Carlos I cambiará de nombre N. Frade

Al final resulta que los niños –y las niñas- contagian el virus seis veces menos de lo que nos habían dicho, así que hemos estado haciendo el candado –otra vez- con tanto miramiento con los abuelos y la vuelta al cole. Eso, al menos, es ... lo que dice un estudio realizado en Barcelona que ha salido a la luz en el momento oportuno: justo cuando los padres –y las madres- ya estaban dispuestos a tirarse al monte. Lo que no dice el estudio, claro está, es que el muestreo ha llevado a cabo en campamentos de verano, al aire libre, con grupos de 10 niños y durante el mes en el que menos contagios se han registrado desde que comenzó la pandemia. Y lo que tampoco dice es que el objetivo de este informe no es otro que el de rebajar tensiones –no creo Miguel Bosé ande detrás de esto-, porque está comprobado, no hay nada más efectivo que el clavo ardiendo.

Y al clavo ardiendo estamos todos agarrados. Incluso Fernando Simón, al que una encuesta realizada por Blablacar señala como el compañero de viaje favorito de los españoles –no de todos, yo personalmente no iría con Simón ni a la vuelta de la esquina. El director del Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitarias ya no sabe qué más decir en sus comparecencias “En una zona donde haya una trasmisión muy alta en la comunidad, ¿qué efecto negativo supone abrir las escuelas?” Al final, ya lo sabe, lo han dejado solo ante el peligro; a él, a los directores de los colegios, a los padres –y las madres- y a los datos, que son malos o peores dependiendo de la hora y del día en el que se hacen públicos.

Esta semana, la suspensión del COAC, la venta de Supersol –una década sin sus bombos- y la performance de la aprobación del presupuesto municipal, han sido más que suficientes como para andar pensando en otras cosas. Y mire usted que había cosas en las que pensar, como el listado de espacios abiertos que nuestro Ayuntamiento pone a disposición de Educación para su utilización en el caso de que fuera necesario. De todas las plazas ofertadas, me quedo con San Juan de Dios, a la que solo le faltaba esto para completar la galería de excentricidades que ofrece –no diré otra vez lo del casting de “Viridiana”-, y también me parece estupenda la plaza de Catedral, donde los niños podrían dar clase mientras baila la flamenca encima de una tabla, el de los “Cien Montaditos” llama a su clientela o los kikos nos recuerdan que “Resucitó, Aleluya”. Hay muchas cosas en las que pensar, además de pensar en el virus. Podríamos pensar en la propuesta de adhesión de nuestra ciudad a la Red Mundial de Ciudades y Comunidades Amigables con las personas mayores; si no me equivoco, ya estábamos amigados con los niños y con los perros, así que ahora, nos amigamos con los abuelos. O podríamos preguntarnos por qué en el último Pleno municipal del verano se pide que se abran las duchas y los lavapiés en la playa, incluso preguntarnos por qué siguen siendo telemáticos los plenos municipales cuando los trabajadores –y trabajadoras- de esta ciudad acudimos diariamente a nuestros centros de trabajo, y cuando, además, la mayor parte de los concejales y concejalas se conectan desde el propio Ayuntamiento. Son preguntas sin respuesta, claro está. Nadie dijo que fuera fácil entender este mundo.

No es fácil entenderlo, aunque nos lo expliquen con ejemplos sencillos, con “ejercicios de imaginación” como nos proponía la concejala Ana Fernández en el Pleno del pasado viernes –lo de la sobreabundancia de citas literarias en los plenos, y el lenguaje excesivamente religioso que usa el Equipo de Gobierno, se lo cuento otro día- para justificar el cambio de nomenclatura de la avenida Juan Carlos I. A mí el nombre de Sanidad Pública no me gusta nada, aunque no sé si decirlo en público será correcto, pero no soy yo –afortunadamente- la que decido. Me conformo con no entenderlo, con no distraerme mucho y en el peor de los casos, me conformo con encomendarme a María Santísima del Confinamiento, expuesta esta semana en la parroquia de Puntales, para que nos ayude a sobrevivir en esta ciudad tan mamarracha. Debería tomármelo más en serio, lo sé. Pero veo, por ejemplo, la “I Muestra/Concurso virtual creativo del Carnaval de Cádiz” que propone la Asociación de Comparsistas y se me pasa rápidamente.

A veces me parece que la Fata Morgana viene a vernos más de lo debido. Espejismos, ilusiones ópticas, castillos, amenazantes icebergs en el horizonte, conforman los límites de nuestra ciudad, de nuestra comunidad autónoma, de nuestro país. Un país que esta semana ni siquiera se acordaba de que hace treinta años fuimos portada en los periódicos internacionales por sacar a pasear a la bestia que todos llevamos dentro. Treinta años del crimen de Puerto Hurraco, en lo más profundo de la España profunda.

No hemos cambiado tanto, no se crea. Los “patapelá” y los “amadeos” siguen entre nosotros, ocupando carteras ministeriales, escaños y sillones municipales. Cada uno mira por lo suyo, y en el fondo, no hacen sino repetir el mantra de Puerto Hurraco “Ya nos hemos vengado. Ahora que sufra el pueblo”.

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