Lo que acojona

Está muy bien sacara pasear los buenos propósitos y el mostrar el lado tierno de las cosas, pero lo cierto es que vivir acojona, y de qué manera

Supongo que ya habrá visto, como todos, el anuncio de Campofrío, que va camino de convertirse en eso que los cursis llaman «el anuncio más esperado del año» , una vez que nos cargamos al calvo de la Lotería y lo del turrón y ... la familia que vuelven a casa levanta todo tipo de sospechas. Cumple, además, una década el spot de Campofrío y lo hace reforzando la fórmula que tan bien le ha funcionado durante los últimos años, ya sabe, la emotividad, el humor, el mensaje positivo y un cierto regusto de auto conformismo patrio bajo el que subyace –aunque no lo reconozcan abiertamente- aquello de «España y yo somos así» que inmortalizó Eduardo Marquina en una obra de teatro que hoy no pasaría ninguno de los filtros de la corrección política, ya sabe, ‘En Flandes se ha puesto el sol’. Y es que la fábrica de embutidos nos ha estado contando durante estos diez años el mismo discurso con distinto envoltorio: los españoles somos un disfrutones que no perdemos el sentido del humor ni las ganas de comer mortadela así nos caiga un rayo en todo lo alto.

Y mire, como estrategia de marketing, funciona. Porque en el fondo, lo que nos gusta a los españoles es que nos digan que no somos como creemos, sino que somos algo infinitamente mejor. Una especie de héroes que lo mismo superamos un crisis económica, que plantamos cara a la corrupción política, que sacamos pecho por lo español –y muy español– sin despeinarnos, o que somos capaces de entendernos unos con otros... Vamos, lo que viene siendo, un auténtico cuento de Navidad, que para eso sacan el anuncio cuando más falta hace y cuando más efecto hace, también.

En esta ocasión, los creativos de la marca de embutidos han decidido explorar nuestro lado más sensitivo, ese por donde tenemos la piel más fina y por donde más fácil es desarmarnos. Porque, claro, ¿quién no se identifica con Karra Elejalde y sus agobios? ¿Quién no se ha visto en estos dos últimos años en una situación parecida ante los abrazos, ante las noticias, ante la vacuna, ante las recomendaciones sanitarias, ante el algoritmo supremo, ante el recibo de la luz, ante el mundo? Acojonados, dice el anuncio de las directoras creativas Mónica Moro y Raquel Martínez, que bajo la dirección de Iciar Bollaín, tiene como propósito último que nos sintamos como Pollyana. Todo está inventado, claro, hasta esa manera de darle la vuelta a los significantes para terminar diciendo que «vivir es acojonante». Y tanto que lo es.

Javier Portillo, que es el director de marketing de la empresa Campofrío dice que la marca es «una metáfora del disfrute que, como cada Navidad, identifica a ese enemigo que impide que disfrutemos de la vida para reenfocarlo hacia el optimismo y la superación», y para demostrarlo nos pone cara a cara con una de las peores realidades que se podían imaginar, con el dolor de los vecinos de La Palma, que siguen sobreviviendo a la erupción del volcán, a la pérdida de sus hogares, de sus trabajos, de sus sueños. Lo que le digo, Pollyana en estado puro, si Vicky –la agricultora palmera– disfruta de la vida ¿Quiénes somos nosotros para quejarnos?

Que sí, que está muy bien sacar a pasear los buenos propósitos y el mostrar el lado tierno de las cosas –sobre todo para que no nos cueste trabajo hincarle el diente–, pero yo no soporto tanto buenismo ni tanta lágrima fácil, porque lo cierto es que vivir acojona, y de qué manera.

Acojona pedir cita con el médico de familia y que te la den, en el mejor de los casos, para dentro de dos semanas y que no te atrevas a ir a Urgencias para no colapsar el sistema o porque no sabes manejar lo del código necesario para entrar en el hospital. Acojona poner el horno a la hora de comer o encender la estufa cuando más frío hace porque no sabes ni el día ni la hora en que la factura de la luz llegue para vengarse de tus despilfarros y no tengas más remedio que pagar al precio que quieran cobrar. Acojona tener que desplazarte en transporte público y comprobar que los horarios, más que imposibles son impensables en una sociedad que se las da de ecologista y sostenible y todo lo demás. Acojona salir a comprar y resignarse a que todo el comercio se haya transformado en tiendas de móviles o de carcasas de móviles y que, para lo básico, haya que irse fuera de la ciudad. Acojona pensar en buscar un alquiler habitacional porque lo que no es apartamento turístico legal, lo es de manera encubierta. Acojona ir al banco y que necesites, para cualquier trámite, un curso de experto digital. Acojona salir del ERTE para ir directamente al paro. Acojona no llegar a fin de mes, no tener un trabajo, una vivienda… sí, la vida es acojonante, qué quiere le diga.

Luego está, claro, lo del jamón york de Campofrío y el trampantojo de los buenos deseos y lo de sacar lo mejor de nosotros mismos. Por eso, cuando veo el alumbrado de Navidad y, sobre todo, cuando me cruzo con las cuatro muchachas que bailan cada tarde con el propósito de animar las compras en el centro, me contengo y pienso «podría ser peor»… podría, incluso, llover.

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