2020: unsatisfayer
Hay quien dice que es un año para olvidar pero no puedo estar más en desacuerdo. Es un año para recordar, para grabarlo a fuego en nuestra memoria
Resulta complicado hacer una crónica sobre el año que ya vamos terminando sin caer en la tentación de hablar de lo mismo, ya sabe, del virus, del confinamiento, de las mascarillas, de Illa, de Simón, de Ayuso, de las muertes, de los hospitales improvisados y ... de los otros, de los aplausos, de los sanitarios, de los colegios, de los niños –y las niñas-, del teletrabajo, del papel higiénico, de la harina de fuerza, de los perros paseantes, de la hostelería, de la economía, de los ERTEs, de la crisis, de la irresponsabilidad ciudadana, de la responsabilidad política, de los abuelos –y las abuelas-, de las calles vacías, de las fronteras cerradas, de los esenciales, de la escalada, de los tratamientos, de las vacunas… sí, es muy difícil hablar de este 2020 y no caer en una profunda desolación, o terminar cantando “Resistiré” con las mismas pocas ganas que cantábamos el Vaporcito en las madrugadas de barbacoa.
Dice un amigo, echando la vista atrás, que este ha sido el año que vivimos –o sobrevivimos- peligrosamente. Yo no llego hasta ahí, no me lo permite el poco optimismo que no gasté en convencerme de que saldríamos mejores y todas aquellas cosas que nos dijeron. Tan lejano el paraíso aquel. Me conformo con pasar las hojas del almanaque hasta asegurarme de que no quede ni una sola de este 2020, año de la Rata en el horóscopo chino, y un bisiesto de los de libro, siniestro hasta decir basta.
Y sin embargo, a toro pasado, resulta muy fácil hacer una crónica sobre el año que ya vamos terminando, desde la meta, después de haber atravesado un Rubicón turbulento, después de haber montado en el “Kingda Ka”, con las piernas aún temblonas y el corazón en la garganta, pero diciendo “pues no era para tanto”. Claro, lo de consolarnos es más una cuestión de querer que de poder. Y ahora, casi a punto de bajarnos de este año, después de haber aguantado las subidas, las desescaladas y el triple loop con los ojos cerrados y los dientes muy apretados, mira una hacia aquel enero y solo atina a decir “Ubi sunt”, dónde están aquellos deseos, aquella intenciones, dónde estábamos entonces…
Los tópicos, y mucho más los tópicos literarios, están para ponerle nombre a las cosas que no nos atrevemos a nombrar. Luego están las profecías de Nostradamus, claro, esas que encajan perfectamente en cualquier zapato o en cualquier programa nocturno de radio, y que también han encontrado acomodo en este año aciago. Y por encima de todo, están el “yo lo sabía”, el “se veía venir” y el “te lo dije”. Ya sabe, los mismos que se reían del chino que se comió en enero el pangolín en Wuhan, son los que ahora aseguran que en “en Carnaval ya estaba el virus aquí”. No me preocupan demasiado, la verdad, aunque sean legión; vieron la derrota de Trump antes que nadie, sabían que el Gobierno aprovecharía este río revuelto para sacar adelante leyes muy impopulares, tenían clarísimo que el Carranza no se toca, e incluso conocían la temperatura exacta a la que Pfizer congelaría nuestras esperanzas.
Aunque la tentación ya no vive arriba, sino en la puerta de al lado. Y, la verdad, tentaciones dan de convertirse en uno de ellos. Con lo que sabemos ahora estamos en condiciones de escribir un repertorio completo, incluso con más cuplés de la cuenta, por si acaso. Visto con distancia, no deja tener gracia que la OMS hubiese declarado el 2020 como el Año Internacional de la Enfermera, o que la ONU lo proclamara Año Internacional de la Salud Vegetal para concienciar a la población de la importancia de proteger a las plantas de posibles virus… pequeñas infamias con las que el tiempo se encarga de ponernos en nuestro sitio.
No hubo Regata este año, ni Semana Santa, ni Trofeo, ni Carnaval de Verano, ni Juanillos –le evitaré tener que leer lo que pienso realmente-, ni Tosantos. No hubo festival de Títeres, ni de Danza; se aplazaron la Feria del Libro –podían habérsela ahorrado, la verdad, viendo el resultado-, el FIT y Alcances. La programación del Falla se quedó a medio hacer y el Museo del Carnaval, ¡Ay! El Museo del Carnaval… en fin, en el mundo de antes las obras estarían ya terminadas. El Cádiz subió a Primera y no solo no pudimos celebrarlo, sino que nadie ha visto con sus propios ojos al Cádiz jugar en Primera. El tejido comercial se está deshilachando y sin turismo, no somos nada. No se ha recuperado Valcárcel, la plaza de Sevilla sigue tal y como la dejó el PGOU, y lo de la turistificación nos parece ahora un sueño inalcanzable.
Hemos transitado por estos trescientos sesenta y seis días como si no estuvieran pasando. Imágenes fijas en una pantalla de ordenador, voces en permanente lag “¿se me escucha?”, “¿se me ve?”, “no te escuchamos”, “no te vemos”, en una ciudad retransmitida y gestionada por un telealcalde al que cada vez con más frecuencia, se le va la frecuencia para sintonizar con la gente; con una oposición replegada en las trincheras esperando como quien espera al alba. Por si amanece…
Resulta complicado hacer una crónica sobre el año que ya vamos terminando. El año en el que los dos regalos estrella de las fiestas fueron el patinete eléctrico y el Satisfyer. El primero sirvió para poco porque no hemos podido escapar de la realidad; el segundo quizá para aliviar la soledad impuesta, aunque ninguno de los dos para acabar con la insatisfacción que nos ha producido este 2020 “unsatisfyer”.
Hay quien dice que es un año para olvidar, pero no puedo estar más en desacuerdo. Es un año para recordar, para grabarlo a fuego en nuestra memoria y en la memoria de los que vengan detrás. Que nunca se nos olvide que un día lo fuimos todo, y al siguiente no éramos nada, dioses con pies de barro que ni creen, ni saben hacer milagros, porque como decía Saramago “el único milagro a nuestro alcance es seguir viviendo, amparar la fragilidad de la vida un día tras otro”.
Un día tras otro. 2020 no nos ha hecho más fuertes, ni más solidarios, ni mejores personas, pero sí más descreídos y mucho más individualistas. Del club del “Sálvese quien pueda”. Lo mismo el patinete eléctrico y el Satisfyer vuelven a ser los regalos estrella, quién sabe.