Y en la hora de nuestra muerte

Negando las honras fúnebres a los suicidas estabas negando uno de los pilares básicos: la misericordia

Yolanda Vallejo

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Según la Organización Mundial de la Salud, casi 800.000 personas se suicidan cada día. El Instituto Nacional de Estadística confirma que en España 10 personas se quitan la vida a diario, una cada dos horas y media, duplicando las muertes por accidente de tráfico, ... por ejemplo. Hasta no hace mucho, los suicidas morían dos veces, una de obra y otra –tal vez la más cruel y definitiva-, de omisión. Porque nos educaron para sobrellevar la muerte pero no el fracaso, nos prepararon para el deseo pero no para la realidad; y nos enseñaron a mirar para otro lado. Ni siquiera había descanso eterno ni luz perpetua para los suicidas hasta que la Iglesia entendió que, negando las honras fúnebres a los suicidas estaba negando uno de sus pilares más básicos, la misericordia. Tampoco los medios de comunicación tenían hueco para los que decidían bajarse antes del final del trayecto porque el efecto –según parece- es contagioso. Detrás de cada suicidio hay muchas muertes, la muerte afectiva, la muerte social, y la muerte de la dignidad. La mayor parte de los suicidas ya habían muerto antes de que las estadísticas certificaran su muerte. Ya estaban muertos, o los habíamos matado, quién sabe. Porque detrás de cada suicida no solo hay enfermedades mentales, sino enfermedades sociales que tienen mal pronóstico y peor tratamiento.

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