Yolanda Vallejo - Hoja Roja
¡Vuelve, Freddie Mercury!
«Contagiados de no se sabe bien qué virus de buenismo, los líderes políticos han comenzado a ensayar una nueva forma de captación perversa del voto»
Parecía que iba a ser la campaña electoral más intensa, interesada o interesante de las últimas décadas. Incluso hay quien se aventuraba a compararlas con aquellas primeras legislaturas de la democracia en las que todo era recién estrenado o estaba por desembalar. La primera me cogió con siete años y me acuerdo todavía de las electrizantes –aún hoy no sabría calificarlas de otra manera– caricaturas de Felipe González con unos campesinos o algo parecido, firmadas por José Ramón Sánchez, un dibujante al que solo se recordará por haber ilustrado la Constitución de 1978 para niños y por haber hecho unos dibujos animados que se llamaban El desván de la Fantasía –no busque analogías, que no tiene nada que ver una cosa con otra, creo. Aquellas campañas sí que eran campañas, y no es nostalgia, verá. Eran un ejercicio de democracia; había interés por dar a conocer no solo un programa electoral, sino una nueva manera de hacer las cosas. Era necesario familiarizarse con nuevas siglas, con frases cortas –ni siquiera eran eslóganes–, con nuevas caras o por lo menos con caras que parecían nuevas. Había pegatinas, mítines, globos, octavillas que se repartían para que los niños las coleccionásemos. Y había mucho interés por saber qué decía uno, qué decía otro. Todo muy rústico, la verdad. Pero es que éramos –aún lo somos– un país muy rústico.
Tan rústico que no hemos sabido canalizar nuestra propia historia democrática y nos dimos prisa, mucha prisa, por simplificar el juego. El turnismo, el mismo turnismo que en el siglo XIX sentó las bases para llevarnos a la deriva, se instaló en medio de los españoles y ni supimos, ni quisimos, durante años, saber nada más. Siempre fue más fácil echarle la culpa a dos que a veintidós. En fin. En treinta y ocho años y diez legislaturas ha habido de todo, qué le voy a contar. Pero nunca, como ahora, la cosa ha estado tan reñida, o por lo menos, eso dicen las encuestas. Ni siquiera en los años más difíciles se había abierto tanto el abanico, se había estirado tanto la cuerda, se había destapado la caja de Pandora. Aunque eso sí, como seguimos siendo el país de garbanceros que conoció Galdós, no vaya usted a pensar que la campaña servirá para mucho.
Porque hacer una campaña electoral mientras está uno pensando en qué va a poner de cenar en Nochebuena o donde están los juguetes más baratos, no tiene mérito. La coincidencia de fechas –tan inocente, en principio– tiene una consecuencia negativa y es que, imbuidos por el estúpido espíritu de la Navidad parece como si todos interpretásemos algún papel en la National Lampoon’s Christmas Vacation, –traducida como ¡Socorro! Es Navidad– deplorable película de Chevy Chase, en la que todas las buenas intenciones navideñas salen ardiendo con el pavo y el árbol gigante del salón. Porque estas fechas nos atontan, no lo niegue. Nos atonta el anuncio de la Lotería, cada año más retorcido; nos atonta la música de los centros comerciales, nos atontan las comidas de empresa, las luces de la calle –bueno, eso nos atonta poco, la verdad–; nos atontan los buenos deseos guardados en la caja del belén de un año para otro… Son unas fechas que nos atontan. Y si en medio del atontamiento tenemos que ver a los candidatos a presidente del Gobierno vendiendo la mercancía como si fueran Ramonet y sus mantas, pues como usted comprenderá, la campaña –insisto– no va a servir para mucho.
Contagiados de no se sabe bien qué virus de buenismo, los líderes políticos han comenzado a ensayar una nueva forma de captación perversa del voto. Si la gente no va al líder, el líder irá a la gente. Y así hemos visto, sin dar crédito, a Albert Rivera con su abuela María Teresa Campos contándole como ayudaba a papá y a mamá a vender lavadoras, a Pedro Sánchez jugar al baloncesto con Pablo Motos, a Pablo Iglesias integrado en el sistema, también con María Teresa Campos –tal vez buscando nuevos nichos de votos entre la tercera edad- cantándole «Duerme, duerme negrito» –aún no me he recuperado del todo– y a Mariano Rajoy abundando en la caspa en el casposo programa de Bertín Osborne diciendo que «ser el presidente del país es la pera». Unos juegan al ping pong, otros al futbolín, unos le dan collejas a sus hijos, otros se toman una cervecita… lo que les decía al principio. No esperen mucho de la campaña electoral. Por no esperar, no esperen siquiera que el que piensa que lo que tiene es la pera vaya a debatir con todos los candidatos. En fin.
Y mientras tanto, sin posibilidad de ir a casa de Bertín Osborne, hay quien se empeña en llamar la atención de otra manera. Más divertida, quizá, más llamativa, seguro, pero más desesperada. Como muestra, un botón. UPyD, el partido que hace cuatro años parecía una alternativa, presenta su campaña «operación gallina», con perlas como «¿Nos gobiernan cobardicas emplumados?» o «Exigimos que Rajoy, Sánchez, Iglesias y Rivera dejen de comportarse como gallinas»… muy Ruiz-Mateos todo. The Show Must Go On.
Definitivamente, ni va a ser la campaña más intensa, ni la más interesada, ni la más interesante. Así que no se preocupe. Siga usted a lo suyo, que cuando menos se lo espere, está aquí la paga, que es lo más extraordinario que nos va a dar el 20D.