Francisco Apaolaza - OPINIÓN
El voto de enfrente
Después siempre vienen los reproches, como un septiembre adelantado
La nueva política anda de excusas electorales como Diego Cañamero de cortijos. Siempre el después tiene algo de vacío desolador, de remordimiento y de volver a mirarse a los ojos con otro aire más felino, como si de pronto, no nos reconociéramos. Primero, Podemos emprendió un viaje lisérgico de patrias, amores y corazoncitos, una fiesta emoji que parecía que les había prendido como la mecha rabiosa de un cohete. Todo fue, por un momento, un bailar agarrado. Estoy seguro que en ese multiamor, hubo gente que arrimó material como en las verbenas en condiciones, de sangría, calor y saliva. Después, todo se torció. Después siempre vienen los reproches, como un septiembre adelantado. Estas cosas suceden rápido, como los atropellos. Aquí había un partido que se paseaba como el adalid de la democracia más pura y de pronto, había votado el miedo, después la culpa fue de las encuestas, de que dejen votar a los viejos y por último, del pucherazo. Como imagen de la deportividad, resulta bastante pobre.
Eso pasa mucho en España, que va todo el mundo con la Selección y al primer gol en contra, ya sabían que había que haber colgado al entrenador de una farola hace meses. Es eminentemente español ser un listillo de bar y eso sucede en todos los partidos. Claro que no vamos a descubrir a estas alturas al demócrata de pacotilla, pero a toda esa idea y reclamación –urgente y necesaria– de una sociedad más plural y respetuosa le queda el mal perder y la mofa del distinto como a una monje dos pistolas. Un día todos los votos son iguales y tiene que hablar España y al día siguiente, millones de personas votan al PP no solo porque permiten la corrupción, sino porque lo que quieren es robar ellos mismos con sus propias manos llenas de anillos de diamantes y de relojes de Cartier. Y no, salvo que se piense que la gente es solo la de uno, un principio sencillísimo que es la base de toda pelea.
Sobre la veracidad del fraude electoral basta saber que en España cuesta más poner a tres personas de acuerdo que ver a Leticia Sabater cantando ‘Le pecheur de perles’ de Bizet en la Scala de Milán. Ahora, multipliquen esa dificultad por miles y tendrán el resultado de la fórmula: es una soberana tontería. Los españoles no han hecho trampas y tampoco han votado a Rajoy para robar como tampoco han votado a Podemos para que Monedero ordene a los jueces a quién hay que detener. La gente vota porque quiere un futuro mejor y porque han votado contra Pablo Iglesias –excepto sus respetables votantes– como antes les votaron a ellos contra Rajoy. Hace tiempo que no doy consejos, pero cuestionar la elección libre de las personas y cuestionar la legitimidad del sistema cuando no favorece a uno mismo no hace más que ahondar en la sensación que tiene parte de la ciudadanía de que Podemos les está diciendo lo que tienen que hacer, incluso en la cabina del colegio electoral. Un secreto, entre nosotros: eso no les gusta. No ayuda todo este circo a la fama de totalitario del partido y del líder que cunde entre parte de la población aunque, como dice mi amigo Antonio cuando se le alarga demasiado el aperitivo con los amigotes, más vale comer dos veces que dar explicaciones.