Opinión
Las verdades del astillero
El pan de nuestros hijos es el que envenena al hijo del vecino, ¿hasta dónde debemos practicar las verdades?
A usted también le pasará, al fin y al cabo, todos somos hijos (o hijastros) del mismo sol. En su cabeza, no sabe por qué mágico mecanismo, se le quedó grabada la frase de una canción. Una letra que vuelve del pasado y le arranca una lágrima cuando nadie le ve o que le dibuja una sonrisa picarona mientras Martínez le enseña, por tercera vez, las fotos de su viaje a Portugal. Puede que ni recuerde el autor, pues a usted le interesa la espada, no el capitán que la blande ni el oficio del forjador.
Mi cerebro, sobre el que se peinan cada vez más canas, podría arrimar el ascua con un «a mí me gustan mayores», completado, si el arrojo y la suerte me acompañan, con un «para hacer bien el amor hay que venir al sur». Pues no. Ni Cecilia, ni Raphael, ni Serrat, ni Miguel Bosé. El caprichoso tatuaje de la memoria me grabó un «¿ Hasta dónde debemos practicar las verdades ?» de un Silvio Rodríguez tan animado como una rueda de prensa de Martín Vila o como la última función escolar a la que usted haya tenido que ir.
En este proceloso día a día, la frasecita de marras se me ancla y me deslumbra con obstinación de faro. Como saber que la mujer de un amigo naufragó en la playa de un musculado Robinson mientras él la esperaba en el muelle consultando el reloj. Si él no se enteró ¿hasta dónde debemos practicar las verdades?
Abro el periódico. Siguen cayendo bombas en Yemen, empujadas por un otoño de naciones con nombres de poca niñez, como Estados Unidos, Pakistán, Egipto, Marruecos y, con el brazalete de capitán, Arabia Saudí. La acción de estos fanfarrones, y la de los hutíes que tienen delante, ha provocado 10.000 muertos. En una de las zonas con más paro de Europa se van a construir mas barcos de guerra para que, con un poco de suerte, se pueda llegar a los 20.000.
Si ha visto usted la serie ‘Fariña’, los argumentos para forjarle al jeque los trastos de torear le sonarán: «Si no lo hacemos nosotros, lo harán otros», «esto deja mucha riqueza en la zona», «lo que hagan con esto no es asunto mío» o, crudo y maloliente como el pescado que cayó inerte de la caja, «mientras no sea mi rapaz y suelten el dinero»...
¿Hasta dónde debemos practicar las verdades?