Francisco Apaolaza

El verano del desconcierto

La primavera siempre es discreta, pero el verano sorprende con una emboscada violenta y caliente

Francisco Apaolaza

De pronto, las orillas de los carriles bicis de Madrid amanecen un día con ínfulas de sabana. Esa zona que en invierno es un mero césped de la insignificancia se convierte en un arrebato silvestre de matas de hierba casi hechas de palos, jaramagos que elevan el amarillo a la altura de los pechos y plantas de cardo dispuestas a pinchar a nadie, pues allí no pasa nadie. De pronto, el aire emprende sus giros con un nuevo olor a pasto y a pelo, un aroma casi de las llanuras del Este de África y cruza el cielo un pájaro con el pecho rosado, encendido por el rayo horizontal de un atardecer naranja. La primavera siempre es discreta, pero el verano sorprende con una emboscada violenta y caliente.

De pronto, los adolescentes miran con una reserva asilvestrada, de lejos. De verdad no sé en qué está pensando la adolescencia porque ha pasado algún tiempo de aquello y tengo malísima memoria. Esos pibes son un enigma. Éramos amigos y de pronto les pides la hora y te responden como si hubieras insultado a su madre. Quizás sientan que el mundo no les comprende. Madurarán el día en el que asimilen que ellos tampoco saben un pijo sobre de qué va el mundo.

Quizás todo se trate de que el universo siempre les resulta nuevo. El verano es nuevo, las canciones son nuevas, los besos, el tamaño de sus brazos, las canciones, los pitillos furtivos y hasta el sabor a chicle de menta. Los chicos de mi urbanización se hicieron mayores el jueves, como Pablo Iglesias y tengo la sensación de que también han crecido por tramos inconexos. Les han crecido las manos, las espaldas, los pómulos... Hay una cuadrilla de esos que se sienta en la hierba y comenta el mundo con un vozarrón y un ímpetu descontrolado como si se llevaran el silencio y la vida por delante. Los adolescentes viven en un pulso jovial y a la vez destructor, un pulso podemita. Un día se hacen fuertes y les lleva la ira y rompen una puerta de un puñetazo y otro notan el ego bajo el diafragma, y la calentura, la rabia, la humedad dulce del beso con lengua y hasta la socialdemocracia. ¿Quién no pierde así la cabeza? ¿Quién no se pasaría de listo? Yo mismo a veces me dejaba llevar por ese ímpetu descubridor y estupefaciente. Cuando me creía Dios, mi padre me decía: «Chapu, tápate un poquito, anda» y me dejaba seco.

Los pibes son efervescentes y viven entre la seguridad y el asombro. El verano también los ha asaltado por sorpresa. Nos sucede a todos. Junio deja un reguero de desconcierto. Están sorprendidos los economistas por la posibilidad del ‘brexit’, Pedro Sánchez por el ‘sorpasso’, sorprendido Pablo Iglesias con que le pregunten en las entrevistas sobre Venezuela, sorprendido el ministro del Interior de que se difundan a cinco días de las elecciones una grabación suya manoseando a la Oficina Antifraude catalana y a la fiscalía, sorprendido Rajoy con que siquiera exista una Oficina Antifraude catalana, Ada Colau sorprendida con que le digan «con el alcohol» que está buena, y sorprendidos todos los demás en general por no saber a jueves quién puñetas nos invitó a este circo.

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