Un veneno como la torre de Preferencia
Juan Carlos, que huyó de credos y patrias, se marcha dejando una religión y una nación hecha de versos y notas
Escribir. Juntar letras. Ponerle música quizá. Convertir esas sílabas, esas notas en rezos, en parte del corazón de una patria comprimida en 13 kilómetros cuadrados donde vive cualquiera que sienta el Carnaval. Juan Carlos Aragón, el hereje, el forajido, se ha ido como mártir, como ... profeta, como dios. En estos dos días, como cuando llegaban esos pasodobles suyos esperados y temidos, no se ha hecho otra cosa que tratar de escribir sobre el más humano de los genios, del que se la podía dar de artista sin dejar de ser pantera. De quien ya escribió que los que pasan a la historia no tienen final. Es difícil hallar un adjetivo que no suene a manido, una frase para Aragón que no parezca un vacilón salmo responsorial sobre lo que otros ya dijeron antes.
«No preguntes por papá, ni lo persigas, ni lo llores, que en su muerte no hallarás más dolores que en su vida. Imagínalo con sus melenas, sus eternos ideales, míralo cantando con su gente, en sus divinos carnavales, píntalo de negro el 19 del mes de la primavera». Repasar sus letras, ahora que el tiempo parece haberse detenido antes de la última cuarteta, es encontrar mil profecías que cobran vida con precisión de punteado. Hoy, 19 de ese mes de la primavera, cada gaditano (me refiero a los gaditanos y a los demás) tiene en su cabeza un himno del apóstata de las patrias, un pedazo de la pluma clavada en el alma de ese ángel caído que ha alzado el vuelo.
De entre todas las frases que se han dicho del que en una misma estrofa metió a Nadia Comanecci y a la Perla de Cádiz, me quedo con la de Antonio Martín: «Todos cuando nos morimos somos los mejores... pero de Juan Carlos ya se decía cuando seguía vivo». El mismo Martín reconocía que dentro de 15, 30 o cien años, mientras siga habiendo Carnavales, se recordará a Juan Carlos.
Como ahora se canta el tango de ‘Gaditana’, se entonará un «Aunque diga Blas Infante», sin importar que nadie recuerde a Emilio Aragón, pim pon, con sus castas. Los más clásicos, en lugar de arrancarse por ‘El Vaporcito’, reivindicarán Cádiz con ‘Igual que en una mezquita’, aunque ya ni la Cruz Verde se llame así. Y dentro de 100 días, de 100 meses o de 100 años, cuando cambien los temas, y los hombres se vayan (y las mujeres también), y no sirvan para nada las palabras, sabremos que en un lugar del recuerdo levantará la mano su guitarra. Rendirle un homenaje al Capitán en esta columna quedaría al final, sin esencia, si no recordáramos que, sobre todo, tenía un veneno como la Torre de Preferencia.