¿A dos velocidades?

El año que empieza, el veinte veinte de los modernos, puede ser, más que una amenaza, una nueva oportunidad para reinventarnos

A los años bisiestos les precede la mala fama. Infundada, muchas veces y otras, refrendada al cabo de los trescientos sesenta y seis días de almanaque. Año bisiesto, año siniestro, que dice el refranero. Aunque no hay que ser un lince para vaticinar que ... este veinte veinte –que dicen los modernos- que nos llega, más que siniestro, se presenta un tanto tétrico .

Acabamos año y década recogiendo, como siempre, los trozos del cántaro que llevaba nuestra fortuna, «Adiós leche, dinero, huevos, pollos, lechón, vaca y ternero», que decía Samaniego. Adiós Torrot, Valcárcel, hotel del estadio, plaza de Sevilla, hospital… adiós vecinos y vecinas. Porque cada vez somos menos en esta pequeña aldea, y lo que es mucho peor, cada vez nos conocemos más y mejor . Así que cada vez que vemos a la Lechera ya sabemos como acaba el cuento.

Es por eso por lo que, si echamos la vista atrás y nos situamos en aquel 1 de enero de 2019 , nos entra la risa floja. Con cada recuento de ovejas que hacemos, perdemos más población. De los 125.826 vecinos -y vecinas- que iniciamos la década, hemos pasado a 114.000 y, lo que es mucho más preocupante, ya somos más numerosos los viejos que los niños –también somos más los perros que los niños- pero esa es otra cuestión. Por primera vez, los mayores de sesenta años han superado a los menores de dieciséis , con lo que se confirma algo que todos sospechábamos, y es que somos una ciudad con más pasado que futuro.

Y a los achaques propios de la edad, hay que sumarle esas otras chocheras genéticas que se nos han ido acentuando con el tiempo. Somos más impertinentes, más intransigentes y mucho más chismosos que antes , porque tenemos más tiempo libre y muchas menos cosas en las que pensar, cosas propias de la vejez.

Así que de cualquier cosa hacemos un mundo, de cualquier tontería hacemos una montaña y de cualquier tema hacemos un asunto de estad o: la limpieza de la ciudad, el carril bici, quién retransmite el COAC, las elecciones a Rector, la inconveniencia de que Alejandro Sanz sea rey mago o no, Valcárcel, el aumento de peso del alcalde, la carrera oficial, el trofeo de las mujeres, los aparcamientos, los badenes, los plenos municipales, los temporales, el estado de la muralla, las procesiones extraordinarias, el abandono del patrimonio, el cierre de los comercios, la apertura del McDonald en San Juan de Dios, las fiestas de los Erasmus, la llegada de los Uber, los pisos turísticos, los comedores escolares… Envejecimiento activo nos dijeron que se llamaba.

Permítame que yo lo llame de otra manera, pero que no lo ponga por escrito. Porque esto sí que es un mal endémico de nuestra ciudad, de todo sabemos, y de casi nada entendemos. Fundamentalmente porque no es tan fácil entender lo que ocurre .

Así que intentaré explicarlo, aunque yo misma tampoco lo entienda. Durante el año que termina se ha repetido hasta la saciedad lo de las «dos velocidades». Gracias a esta expresión, nos hemos enterado de que tenemos una Universidad que va a dos velocidades, que tenemos un gobierno -¿tenemos un gobierno?- que también va a dos velocidades, que la Junta nos maltrata porque va a otra velocidad distinta a la nuestra… Total, que al final todo se reduce a lo mismo, lo que tenemos es un problema de movilidad .

Y eso que nuestro plan de movilidad sostenible es el asombro de Damasco. Que nuestros 21 kilómetros de carril bici nos sitúan a la cabeza de las ciudades más desarrolladas de Europa en cuestión de movilidad, y que ya no hay rincón de la ciudad al que no se pueda llegar pedaleando . Otra cuestión es quién utiliza la bicicleta, y cuál es la edad media del ciclista gaditano. Pero sobre el papel, que es el lugar desde el que más nos gusta mirar a nuestro horizonte, Cádiz es una ciudad modélica en la ecomovilidad, el ecofeminismo, la ecoeconomía, los ecomercados, el ecoanimalismo, el ecobienestar y la ecocultura. A esa velocidad nos dicen que vamos.

Luego está la otra velocidad. La velocidad a la que realmente vamos los que andamos por la calle . La que desilusiona. La de los recortes presupuestarios que van a hacer de la UCA la universidad que menos crezca en los próximos años –expectativa versus realidad. La que se conformará con la plaza de Sevilla tal y como está. La que dejará que Valcárcel siga siendo un cementerio de palomas. La que ya no verá los velocípedos –las motos de tres ruedas de Torrot- fabricarse y pasear por Cádiz. La que sabe que el Tiempo Libre no estará ocupado el próximo verano. La que no espera que el Teatro del Parque suba el telón. La que ya ni se acuerda del mercado gastronómico de la antigua estación. La que piensa que el Museo del Carnaval solo estará en los programas electorales. La que ve cómo el maltrato a la Escuela Pública no solo tiene un culpable. La que sigue despidiendo a vecinos y vecinas, unas veces en el Puente, y las más en el tanatorio. La que sigue viviendo en casa de sus padres porque el alquiler se fue de turismo. La que no llega a fin de mes y a la que no llega la camisa al cuerpo.

Dos velocidades. La de ellos, y la nuestra. Dos velocidades que nunca llegarán a cruzarse como aquellos trenes de los problemas de matemáticas por muchas cuentas que echemos. Somos una ciudad con más pasado que futuro , se lo dije antes. Y con serios problemas de memoria –no de la histórica, sino de la de todos los días-, que nadie se atreve a reconocer. Esto me consuela, en parte. Dice un proverbio hindú que «La vejez comienza cuando el recuerdo es más fuerte que la esperanza», por eso más nos vale poner a trabajar las dos neuronas que nos quedan, antes de que dejemos de reconocernos en el espejo y ni los nietos vengan a visitarnos. Nunca es triste la verdad, lo que no tiene es remedio.

Aunque a pesar de esto, pienso que no está todo perdido. El año que empieza, el veinte veinte de los modernos, puede ser, más que una amenaza, una nueva oportunidad para reinventarnos . Lo crea o no, estamos a punto de añadir una tercera velocidad a nuestra ciudad. No en vano, El Corte Inglés ya lo ha confirmado, somos la ciudad en la que se ha vendido el mayor número de patinetes eléctricos de todo el país.

Así que ya sabe. Reciba al bisiesto como se merece, dígale lo de «año bisiesto, ni aquello ni esto» y únase al club de la tercera velocidad. Cada vez somos más y ya tenemos hasta el eslogan «Cádiz, la ciudad que patina», en todos los sentidos.

¿Quién dijo miedo?

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