Opinión

Una vela para San Canelo

De entre los santos que tiene la religión de ser de Cádiz, Canelo está entre mis favoritos

Imagine la situación. Una cena con unos amigos de más allá del muro que marca la frontera entre Cádiz y el resto del universo. Se comenta la actualidad, que va pasando de un tema a otro sin solución de continuidad, golpeando el silencio con la ... cadencia y la imprevisibilidad con la que la marea besa la orilla. «Hay que ver lo de Pedro Sánchez», comenta alguien, a lo que su compañero, alita de pollo en ristre, argumenta que «lo de la listeriosis está siendo un cachondeo». «Pues no que decían que en baloncesto ya no teníamos nada que hacer», contraataca un tercero agitando una patata frita a guisa de batuta, como si quisiera marcar el ‘tempo’ en el que el cuarto, que tenía un ejemplar de LA VOZ encima de la mesa, se asombra de bocado para afuera de «lo del piso de Procasa en el que se vende droga al lado de la calle de Canelo». El hombre, que puso nombre a los animales, a menudo se queda sin palabras ante ellos. «Canelo –explicó uno de los comensales que, en lugar de elocuencia, fue repartiendo trocitos de su hamburguesa completa con beicon– fue un perro que esperó durante más de diez años a su dueño en la puerta de Zamacola. Un ejemplo de fidelidad, fijarse lo que os digo, por eso en Cádiz, que sabemos reconocer a los héroes, tengan las patas que tengan, le pusimos esa placa».

Llegaron las distintas teorías sobre Canelo. Nunca es bueno ponerse a investigar sobre los dioses paganos, porque de los santos lo que más nos gusta es la peana. «Iría al hospital a por comida», bramó quien ya tenía la cuenta en la mano mientras el de al lado, sumando siete, doce, quince euros, recordaba que en otras partes del mundo había otros ‘Canelo’, algunos incluso con su estatua.

Quizá porque yo andaba visitando el hospital a diario cuando Canelo pasó de correr por Ana de Viya a hacerlo por nuestros recuerdos, lo tengo como uno de mis santos favoritos en esa religión que es ser gaditano. Fuera quizá porque en estos tiempos de común traición y veleidad, donde hasta las fidelidades que se creen más firmes pueden derrumbarse, el recuerdo de ese perro acudiendo cada día a sentarse en el mismo lugar donde se despidió de su amigo me tocó algo en el interior. Quizá, la satisfacción de que se deje un huequín en el nomenclátor a quien no tenía ni padrino ni amigos en el Ayuntamiento me reconcilió con esta ciudad a veces tan cainita. O puede, no lo voy a negar, que la salsa picante con la que regué la hamburguesa me causara una indigestión en la que, como un san bernardo en la avalancha, se apareciera Canelo para recordarme que la próxima vez mejor me pida una ensalada.

Artículo solo para registrados

Lee gratis el contenido completo

Regístrate

Ver comentarios