Opinión
Veintegenarios en Cádiz
La ciudad, en resumen, es un veintegenario que canta Caiman con un butano en la plaza Mina
Usted también los habrá visto. No son esquivos como los sueños, ni se esconden como las oportunidades, ni saltan de la vista como los gatos en las casas con estufa. Son los veintegenarios de Cádiz. La palabra, que descubrí a los 17 en un disco ... de Albert Pla junto con otras cosas que no vienen al caso, abriga dos conceptos: adolescentes en cuerpos más cerca del sintrón que del botellón y a viejos que acaban de despedirse de los dientes de leche.
Veintegenarios. Los veo cada día cuando troto, como lo haría Rucio, el jumento de Sancho Panza, por el Paseo Marítimo. Cuarentones con botellín de cerveza en la mano, pelo (el que por la Gracia de Dios lo conserve) con la raya en medio como linde en trigal y sudadera que ha conocido varias olimpiadas. A veces, cuando se unen varios, parecen salidos de un ‘Compañeros’ dirigido por un sádico demiurgo que hubiera cambiado sus rizos por canas, su acné por arrugas y sus monopatines por monopatines, pero eléctricos, que para algo es el futuro. Los mismos veintegenarios que con 40 fantasean con un futuro con trabajo mientras organizan la próxima pachanga de fútbol (quizá pádel, ya no son tantos) o que desde abril idean el próximo tipo de Carnaval, porque tampoco tienen otra cosa en qué ocupar el rato. Trocaron el walkman por un iphone, pero dentro siguen Extremoduro y Los Tintos de Verano. Viven en ‘Atrapado en el tiempo’, pero no se dan cuenta de que son ellos la marmota que se asusta de su sombra.
Veintegenarios. Los mismos, el fenómeno es inverso, que visten de Mayoral pero se les saltan las lágrimas cuando cantan ese barquito, que es tan pinturero... Alguno conoce usted que pese a haber vivido sólo en años que empiezan por 2 y a no manejar más pesetas que las halladas en las rendijas traviesas de los sillones, ya tiene la amargura de quien se cree vencido en la batalla, de quien observa desde lejos marcharse el que cree su último tren (o tranvía, si es que se mira desde el Puente Zuazo). Les encaja como un guante aquel sintagma de Martínez Ares: un niño jubilado. Un mundo lleno de cambios, de inmigrantes o banqueros, les ha robado las oportunidades que ni llegaron a conocer. Los puede ver, por ejemplo, a la salida del Cádiz diciendo que el equipo ya no es como antes, que si aquellas tardes de gloria o, incluso, echando de menos un Fondo Norte que les pilló en el tiempo de descuento.
Una ciudad es el espíritu de quienes en ella moran y frambuesean. En Cádiz, es un alma mortal en un eterno cuerpo que no es suyo. Un Cádiz mitad fenicio mitad siglo XXIII y que, en el fondo, es un veintegenario que canta Caimán con un butano en la plaza Mina.