HOJA ROJA
Con unos años más
«Se vio usted estupendo en la aplicación de los viejunos; el espejito le mostró cómo sería su rostro y pensó 'pues no voy a estar tan mal'»
![Con unos años más](https://s2.abcstatics.com/media/opinion/2019/07/21/v/image5d2c8d3a943a8-U30900248959bjB--1248x698@abc.jpg)
En esta semana, en la que estamos celebrando la yenka espacial -un pequeño paso para el hombre, un gran paso para la humanidad, y todo eso-, no paro de darle vueltas a lo mismo que usted, ya lo sabe, izquierda, izquierda, derecha, derecha, adelante, detrás.. ; ... no, no le hablaba de la presunta investidura de Pedro Sánchez y sus pactos, sino de esa aplicación endemoniada que, como el espejito mágico de la madrastra de Blancanieves, nos pone frente a frente con nuestro yo del futuro. Con nuestro peor yo, todo hay que decirlo, aunque todo el mundo parezca excesivamente contento con el resultado de sumar, años, kilos y canas a su fotografía, y ande como loco compartiendo su particular retrato de Dorian Grey. Así soy yo, y así seré con unos años más nos dicen desde las redes sociales la gran pandilla de viejos con rasgos y ropas juveniles, como un desafío al espacio y al tiempo, como un tributo a la vanidad más vanidosa. Porque eso sí, todo el mundo ha caído en la tentación de pasar por la máquina del tiempo, sin pensar en las consecuencias –más Eloi que nunca- y sin pensar en que el diablo sabe más por viejo –sin app- que por diablo, y por eso mismo sabe cuál es el pacto universal que todos firmaríamos sin dudarlo.
El pacto de la eterna juventud. Así de simples somos, y así de perversos son quienes nos controlan, que de eso se trata al final. De vender nuestra alma, y nuestros datos, a un demonio que se ríe jugando con unos idolillos en un tablero en el que todas las casillas tienen un precio. Hoy son las arrugas y las canas, pero esto no es nada nuevo, por mucho que ahora nos creamos más listos que antes. Recuerde aquella “inocente” aplicación de Google “Arts & Culture” que, a partir de su foto, y mediante un algoritmo de reconocimiento facial, le buscaba un doble entre millones de obras de arte, o aquellas que de un selfie hacía un avatar –con poca fortuna, en la mayoría de los casos- o un dibujo animado. Sin ir más lejos, hace un par de años, en el verano de 2017, la misma aplicación FaceApp ya tuvo su minuto de gloria con aquellos filtros que te cambiaban de raza como de vestido, aunque por racista, duró poco. A las pocas horas, sus propietarios tuvieron que retirarla –eso sí, con una amplia cosecha de datos personales de miles de incautos que querían verse como chinos o como indios arapahoes- y sustituirla por algo supuestamente menos ofensivo, ya lo sabe, aquello de ponerse orejitas de conejo y hociquitos de gato. Para el caso, lo mismo da, porque el precio de convertirse en cobaya sigue el siendo el mismo, los usuarios otorgan a la empresa “una licencia perpetua, irrevocable, no exclusiva, sin royalties, totalmente pagada y con licencia transferible” para “usar, reproducir, modificar, adaptar, publicar, traducir, crear trabajos derivados, distribuir, realizar públicamente y mostrar los resultados obtenidos”. Ahí lo tiene, ¿acaso lo leyó usted antes de lanzarse a la carrera sin frenos por el futuro inmediato?
Claro que no. Nadie lo hace. La tentación es lo que tiene. No hay manzana más dulce que la de sabernos el “creador”, ni sensación más placentera que la de ganarle la partida la tiempo –aunque sea a lo Cocoon-. Y no hay animal más fácil de engañar que el ser humano, que además, sabe buscar siempre a un tercero para echarle la culpa de su estupidez. “Fue la mujer, la que me engañó”, “me convenció la serpiente”, “la culpa es del reguetón”, “fueron los rusos”… Porque la culpa de que media humanidad se haya rendido a la aplicación con efecto Benjamín Button, la tienen los rusos, que son los más morlocks del planeta, y los causantes de todos los males del mundo. En fin.
El caso es que hemos vendido nuestros datos personales, nuestra intimidad a una multinacional, por una soberana tontería. Por la curiosidad, que fue la que mató al gato. Por la vanidad, que fue la que mató a Narciso. Y porque nadie escarmienta en cabeza ajena, y por lo visto, ni siquiera en cabeza propia.
Así que no se extrañe si le empiezan a llegar montones de ofertas comerciales, si de pronto, recibe publicidad de lugares a los que siempre quiso ir, o si cada vez que encienda el ordenador le salen aquellos maravillosos zapatos que alguna vez imaginó en sus pies. Fue usted quien dio permiso para que todas estas empresas entraran en su vida, fue usted quien les abrió la puerta, y fue usted quien firmó –sin leer la letra pequeña, por supuesto- un pacto con el diablo.
Se vio usted estupendo en la aplicación de los viejunos, reconózcalo. El espejito le mostró cómo sería su rostro en el futuro, y pensó “pues no voy a estar tan mal”. Se vio usted más viejo, pero nadie le dijo que estaba igual de inmaduro. Porque la única aplicación que, de verdad, te envejece es la propia vida, ese algoritmo que se construye con los madrugones, las preocupaciones, los hijos pequeños, los padres mayores, la cesta de la compra, la lista del paro… lo que de verdad importa.
Y si usted es de los que le ha ganado la partida a FaceApp y no ha sucumbido esta vez, no baje la guardia. Los rusos, ya sabe, que lo inventan todo.