Unas protestas que a todos vienen mal
Las manifestaciones de los obreros en Navantia devuelven la imagen de conflictividad a Cádiz
Los británicos, que han demostrado ser los mejores a la hora de gestionar los asuntos de gravedad repiten con frecuencia la frase de «hay un tiempo para cada cosa, cada cosa a su tiempo». Las protestas de los trabajadores de Navantia el pasado 17 de ... enero, coincidiendo con la entrega del petrolero ‘Monte Urquiola’, aunque lícitas, fueron totalmente inoportunas. La impresión que los gerifaltes presentes se llevaron de la factoría puertorrealeña no fue, en absoluto, positiva, algo que no jugará a su favor a la hora de decidir el destino de futuros contratos.
Los trabajadores estaban armados de razón cuando decidieron protestar. El horizonte con menos carga de trabajo y el hecho de tener que estar acogiendo una carga de trabajo que, según denuncian los sindicatos, no son más que parches para la labor que podría desempeñar la factoría puertorrealeña, justifica las protestas. Sin embargo, llevar las reivindicaciones al momento en que, precisamente, la factoría debería lucir sus mejores galas y reivindicarse como un lugar eficaz y bien compenetrado no parece la mejor estrategia. Valga como ejemplo que el propio presidente de la Sepi, Vicente Fernández, abandonó la factoría a toda prisa cuando acabó la entrega del buque y, ni siquiera, participó en la recepción posterior.
Que los astilleros gaditanos arrastran fama de conflictivos es, aunque triste e injusto, innegable. Los diferentes planes industriales y los vaivenes del sector industrial (por decisiones políticas en las que la plantilla no era sino víctima y rehén) fueron contestadas con contundencia por los operarios con continuas movilizaciones, que quedaron en el inconsciente colectivo como la prueba de que se trataba de plantillas levantiscas y con poco talante. Obviamente, se dejaba al margen las pérdidas de empleo.
Bien entrado el siglo XXI, los sindicatos no pueden seguir manteniendo las mismas estrategias que en el siglo XIX. Deben obrar con mesura y, sobre todo, con la certeza de que el momento elegido es el correcto. Si en este sentido, desde este periódico aplaudimos que se echaran a la calle cuando las veleidades del gobierno de Pedro Sánchez estuvieron a punto de dar al traste con el contrato de las corbetas, en esta ocasión tenemos que señalar que el momento de las protestas ha sido el peor posible y ante las personas menos adecuadas para garantizar el futuro.