HOJA ROJA
El último Pleno
Tenía sabor a despedida
Tenía sabor a despedida. A esa última copa que uno se pide sabiendo que anda llamando a la puerta la mañana, y que la conversación ya no da para más. La penúltima, decimos, por aquello de quedar bien con todos, y forzamos las risas y ... fingimos interés en unas palabras que ya no estamos escuchando, porque hace un rato que ya no estamos allí. Tenía sabor a despedida y olor a balance; y a reproche, todo hay que decirlo.
Era el último Pleno municipal. Y para algunos concejales, –un tercio del total, como mínimo– el último en fondo y en forma, después de conocerse que ya no formarán parte de ninguna candidatura en las próximas elecciones. «Llegado ya el momento de la separación…» y eso, que decía la canción de las despedidas scout.
Era el último Pleno municipal y faltó el balance, para mi gusto. Faltó ese momento en el que cada concejal recordara los mejores –o peores– momentos del mandato municipal, el testimonio de los que ya no están porque andan en otros menesteres, o porque los quitaron de en medio, la promesa de una quedada, y faltó, por pedir, que la televisión local hiciera como con el COAC un programa especial de los episodios más delirantes de los plenos municipales. Porque haberlos, lo sabe usted mejor que yo, haylos. Y han sido, casi lo mejor de estos cuatro años.
Si algo hay que agradecer al actual equipo de gobierno –y lo digo totalmente convencida– es habernos dado la oportunidad de ver en vivo y en directo el nivel político de la ciudad cada último viernes de mes. Porque la retransmisión de los plenos municipales no solo ha servido para que los ciudadanos y las ciudadanas –la corrección es lo último que debe perderse– tomáramos conciencia de lo de la transparencia y la cercanía municipal, sino que ha servido para que los ciudadanos y las ciudadanas viésemos cómo somos capaces de comportarnos en público y hasta donde somos capaces de llevar nuestras rencillas personales. En estos cuatro años hemos asistido a momentos de auténtica vergüenza – «veuensa» que diría nuestro alcalde– y a momentos de auténtico disparate político. Pero también hemos asistido a momentos de ternura, y a momentos –pocos, tampoco hay que tirar cohetes– de consenso y de diálogo.
Porque nuestros concejales han ido aprendido a lo largo de estos años lo mismo que nosotros. Que la educación y la tolerancia no están reñidas con la beligerancia y la contundencia política y que perder las formas a lo único que nos lleva es a perder la razón. Hubiese estado bien hacer un ‘antes’ y un ‘después’ y ver cómo han ido cambiando las maneras, cómo se han ido suavizando los términos y cómo después de todo un mandato, nos hemos acostumbrado, por fin, a escuchar las voces y no solo los ecos. Al menos han aprendido a debatir y a mantener, en apariencia, el tipo.
Aunque desde aquellos primeros plenos llenos de banderas, de camisetas, de proclamas con un cierto aire a ring de tugurio de mala muerte, con unos concejales crispados y un público sediento de sangre, no han cambiado demasiado las cosas. La hemeroteca está para algo. Aquellos primeros plenos municipales nos dieron momentos de gloria. Gritos, insultos, debates absurdos, amenazas, denuncias, abandonos de salón de plenos… y no solo por parte de los políticos, porque si cada palo debe aguantar su vela, el pueblo soberano nunca se ha quedado atrás, acuérdese, ni ha decepcionado. Desmayos, gritos, desalojos, reproches, tirones de pelo, agresiones, un «póngase bien la dentadura, señor alcalde», constituían siempre el minuto de oro de una representación que, mes tras mes, era siempre la misma, pero siempre distinta. «Cacique», «fascista», «cobarde», «corrupto», «sinvergüenza», «flojo»… han formado parte de un repertorio en el que siempre faltaban la elocuencia y la oratoria. Un repertorio dramático con tintes de comedia donde unas veces se colaban las ratas –el mapa presentado por el Partido Popular donde se localizaban los nueve roedores avistados en la ciudad, es quizá de los mejores– y otras veces se echaban en cara las gambas, las gafas de espía y los centros de flores, y donde, casi nunca, se hablaba de aquello que prometió el alcalde cuando tomó posesión de su cargo, de las cosas de comer.
«Esto no es un plató de Telecinco» llegó a decir un día el alcalde. Ni el Salón de Plenos, ni la ciudad, tendría que haber especificado, pero no lo hizo. Y mientras nuestros representantes andaban sacándose los trapos sucios en los plenos, la ciudad seguía despertándose cada mañana, cada día más lejos de san Juan de Dios, cada vez más desencantada, más vieja y más resabiada.
El último pleno tuvo sabor a despedida. Los concejales lo sabían, y los ciudadanos también. Porque si hay algo que ha cambiado en este mandato, es la posición en la que nos hemos situado los votantes. Durante cuatro años los hemos visto comportarse, relacionarse, hacerse burlas y malos gestos, defender sus propuestas y negar el voto a todo lo que no tuviese su color político, como si fuese un Gran Hermano Municipal.
He dicho bien, los hemos visto. Y ahora, ya sabemos cómo son.