HOJA ROJA
Por tutatis
«En las tomas de posesión del Congreso faltó jurar por Tutatis, por Snoopy y por mí primero y por todos mis compañeros»
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A veces el destino se entretiene en impartir justicia poética donde menos falta hace. Sus caprichos no parecen de este mundo y por eso, de cuando en cuando, el destino nos regala momentos muy marcianos como la constitución de las Cortes Generales del pasado martes. ... La justicia poética se hizo carne en un Valle-Inclán socialista que, por segunda vez en un año, presidía la Mesa de Edad del Congreso. Caprichos del destino o no, resulta curioso que el padre del esperpento estuviera presente en lo que fue la mejor farsa teatral de los últimos tiempos.
Quienes se encargan de etiquetar y encasillar por familias los textos literarios, dicen que el esperpento es un género en el que se deforma sistemáticamente la realidad, acentuando sus rasgos grotescos y absurdos, degradando el lenguaje y adornándolo de expresiones cínicas, jergales y de todo tipo de intertextualidades, con el objetivo de ridiculizar a los personajes y caricaturizarlos de manera cruel. “Las imágenes más bellas –decía Valle-Inclán- en un espejo cóncavo son absurdas”.
A través de un espejo cóncavo nos llegaron las imágenes de la constitución de las Cortes en su XIV Legislatura. Todo, absolutamente todo, era un disparate y un atentado contra la inteligencia y contra la voluntad de los españoles, que llevamos votando cuatro años sin recibir un gobierno a cambio. Pero eso sí, nos ofrecieron un espectáculo digno de la mejor tradición teatral española, con toques de alta comedia, de vodevil, de sainete y hasta de mogijanga. Ya le dije al principio, si falta el sentido común, al menos que no falte la poesía.
La risa estaba asegurada desde antes de que se izara el telón, cuando Agustín Zamarrón, el Valle-Inclán reencarnado, decía sus primeras frases “Estoy como el resto del Parlamento; unos inválidos y otros cojos”; y lo dijo mucho antes de que se cayera Adriana Lastra, que empezó coja y acabó inválida la sesión, como si el destino se hubiese empeñado en sumarse al esperpento. “La tragedia nuestra no es tragedia”, decía Valle-Inclán refiriéndose a la España que le tocó vivir. La nuestra, nuestra tragedia de ahora, tampoco es tragedia, sino astracán.
Porque lo mejor, sin duda, estaba por venir. Y los espectadores lo sabían, y esperaban expectantes. También lo sabían los actores, que desde primera hora de la mañana andaban rondando el hemiciclo para coger los mejores asientos desde donde se ve mejor el escenario. Lo sabía la clá que para eso estaba pagada. Y también lo sabían los directores, que como buenos directores de escena, sabían que en la improvisación está la riqueza del teatro. Porque había un guión, sí, y hubo un ensayo general en mayo, sí; pero la grandeza de un actor se mide en la capacidad de atraer la atención del espectador con giros inesperados. Y ninguno decepcionó.
Del disparate al astracán, así fueron las fórmulas utilizadas en la toma de posesión de la inmensa mayoría de los parlamentarios que conformaban el Congreso y el Senado. Porque si ya sabíamos que gran parte de ellos lo hacen “por imperativo legal” –que es como se hacen estas cosas, porque por si ellos no lo saben, en nuestro país existe el imperio de la ley, y todo lo que se haga dentro de ella se hace porque así lo marca la ley- y otra parte lo hace mientras espera el alba, utilizando formas escatológicas, entendiendo escatología en su término más teológico, lo del martes fue el festival de las fórmulas mágicas, en castellano, catalán y euskera.
Por España, por Teruel, por Andalucía, por Cantabria, por Navarra, por Asturias, en una lección casi infinita de geografía patria. Por el planeta –la sombra de Greta, tan alargada-, por la España vaciada, por un país verde; por la clase trabajadora, por fidelidad al pueblo catalán, por la libertad de los presos políticos, por “lealtad al mandato democrático del 1 de octubre”, por los derechos sociales, por las Trece Rosas, contra el franquismo, contra el fascismo, por el retorno de los exiliados, y hasta por “un país en el que el amor gane al odio”. No me diga que no es precioso. Faltó jurar por Tutatis, por Snoopy y por mí primero y por todos mis compañeros, pero no se preocupe; esta no va a ser la última toma de posesión a la que asistiremos, así que todo se andará.
No entraré en el fondo porque la Junta Electoral Central y el Tribunal Constitucional habían supervisado y admitido todas estas fórmulas, pero sí lo haré en la forma porque me parece lo suficientemente mamarrachera como para dedicarle el artículo completo. Hemos votado a unos señores y a unas señoras para que nos representen, no para que “representen” un teatrillo allá por donde van. Existe una fórmula –arcaica seguramente, y hasta obsoleta- para jurar o prometer el cargo para el que uno está propuesto y con repetir esa fórmula es suficiente. Tanta innovación semántica no es más que palabrería hueca, cuando no deformación del lenguaje al más puro estilo valleinclanesco, que lo único que hace es ruido. Decía Alfonso X –que para algo era Sabio- que cuanto más vacío está el cántaro más ruido hace.
Agustín Zamarrón comenzó su alocución de una manera sensata “Pido perdón al pueblo español”, pero quizá hubiese estado mejor hacerlo al final del espectáculo. Así terminaban los sainetes en el teatro de los siglos de Oro.
Ya ve, todo es puro teatro.