OPINIÓN
Tierra ordenada
Torres Blancas, tal vez la pieza más emblemática de la arquitectura española del último siglo, nace de la utopía de una ciudad jardín vertical
Francisco Javier Saenz de Oiza, arquitecto vasco
Siempre recordaremos la emoción mediante la cual Oiza recitaba los versos del poeta Gabriel Aresti (Bilbao 1933-1975): «Defenderé/ la casa de mi padre/ Contra los lobos/ contra la sequía/ contra la usura/ contra la justicia». El pasado 12 de octubre tuvo lugar el centenario ... de Francisco Javier Sáenz de Oiza sin excesivo eco mediático pese a que fue el mejor arquitecto español de la segunda mitad del siglo XX, lo cual induce a meditar el escaso reconocimiento que en este país se ha concedido a sus hijos más relevantes.
Camilo José Cela celebró la obra que el arquitecto le había proyectado en Mallorca con una de las mas bellas definiciones poéticas del hogar: «Fruto del amor del hombre con la tierra, nace la casa, esa tierra ordenada en la que el hombre se guarece, cuando la tierra tiembla –cuando pintan bastos–, para seguir amándola». Oiza siempre entendió la arquitectura como ciencia poética, le escuché en una de sus últimas intervenciones publicas que la cuidad no la debieran proyectar los técnicos, sino los poetas. Muchos años antes, durante la corrección de un ejercicio académico consistente en un edificio para aparcar vehículos, pensaba que los alumnos debieran plantearse como se sentiría una pareja que fuera a hacer el amor en ese espacio.
Torres Blancas, tal vez la pieza más emblemática de la arquitectura española del último siglo, nace de la utopía de una ciudad jardín vertical, idea del promotor navarro Juan Huarte que encargó a Oiza tres grandes torres mediante el apilamiento de casas con jardín; solo llegó a construirse una de esas torres que nunca fue blanca, sino una gran mole de hormigón de 23 plantas, inspirada en el organicismo de Frank Lloyd Wright. Junto al Edificio Castellana 81 (antes BBV), y la Basílica de Nuestra Señora de Aránzazu en Oñate, son los tres símbolos de lo que fue el Movimiento Moderno en España entre los años 50 y 80. Además Oiza tenía una vocación pasional por la docencia, y en sus clases brillaba como un auténtico maestro zen. En la escuela de Madrid muchos jóvenes docentes acudíamos a su taller para unirnos a sus alumnos mas devotos en unas sesiones que debieran haber terminado al mediodía pero se prolongaban hasta bien entrada la tarde.
Una exposición que aún se exhibe en el Colegio Oficial de Arquitectos de Madrid representa el evento más relevante que se celebra con ocasión del centenario del nacimiento del genial navarro quién asumía la condición de artista según la etimología griega de la palabra, es decir «simplemente aquel hombre que hace bien las cosas».
La muestra, organizada por tres de sus hijos, expone dibujos originales del arquitecto, maquetas, su propia bicicleta de carreras, la máquina de escribir y otras herramientas y objetos. Una réplica en escayola de la Victoria de Samotracia que se encontraba en el estudio de Oiza, sirvió a éste para reflexionar que las telas talladas al modo de Fidias no ocultan el torso de la mujer que las lleva, sino que al revés, lo ponen de manifiesto; así la arquitectura ha de cumplir su función: no oculta a la gente lo que hay detrás sino que lo expone. «No tengo condiciones para este premio, porque soy muy mal arquitecto, en lo íntimo me siento malo, no sabe cuanto me cuesta hacer las cosas». Con estas palabras tan humildes se dirigía a los periodistas en 1993, cuando se le concedió el premio Príncipe de Asturias de las Artes.
Ver comentarios