Francisco Apaolaza - Opinión

Tiendas de violines en París

Los seres humanos estamos dotados de una elasticidad asombrosa. Somos un perfecto acróbata del Circo del Sol, en versión maja de Goya tumbada

París es ese lugar del mundo en el que un reportero con los ojos fuera de las órbitas por la prisa necesita una tarjeta de memoria y, de pronto, todo son tiendas de violines. Todo es posible, hasta que nos acostumbremos a vivir mecidos por la música de las sirenas que en este momento cruzan como halcones azules la Place de la République. O que lleguemos a soportar los cinco mil balazos de Saint-Denis como soportamos las insufribles batucadas de las manifestaciones. Los seres humanos estamos dotados de una elasticidad asombrosa. Somos un perfecto acróbata del Circo del Sol, en versión maja de Goya tumbada. Ayer por la mañana, en la puerta de un café obrero en Saint-Denis, sonó una traca de disparos a eso de las ocho de la mañana y alguien dijo «Hay tiros», como el que dice «Hace calor» en mayo. En realidad, estamos agotados de horror.

Hay un mensaje escrito en una lona verde sobre Bataclan que dice ‘La libertad es un monumento indestructible’ y creo que se equivoca. La libertad, el camembert, bailar, Brassens, Cyrano, besarse con lengua, discrepar sin pegarse, el rugby champagne y el floc de Armagnac, es decir, todo, es algo frágil y representa un valor a conservar. Y eso implica defender. Hay mucho que proteger. Lo mío se llama Macarena. También hay gente que considera esta postura tradicionalista y en realidad es un orgullo. Además del patxarán de Navarra, en esta columna defendemos la tradición de la libertad, la igualdad y la fraternidad.

No me considero culpable de que un tipo se reventara en Bataclan igual que no encontraría justificación en que le partieran la cara a un imán en la ‘banlieue’. Todos ofrecemos constantemente argumentos para que nos den un cachetazo, pero no nos lo hemos buscado igual que no se lo han buscado los musulmanes por serlo. Nada justifica el primer golpe. El primero. Pero estamos en un juego de bandos y hay personas que no saben en cuál viven. Juan Carlos Aragón ha escrito que él cree que Occidente tiene la culpa y que al pobre le tocó nacer en el «hemisferio gilipollas». Y yo le digo «Juan Carlos, picha, hay aviones». Tal vez seamos los gilipollas nosotros. O él. Este ha sido un autor con un ingenio infinito, hasta para la estupidez. Tal vez si un tipo del Daesh mata a su hijo -no sé si los tiene, ojalá que tengan una vida larga y fértil- me eche la culpa a mí por esta columna. Porque se lo he buscado.

Por Charlie, por judío, por francés, por facha, por blanco, por negro, por homosexual, por musulmán, por rockero o por carnavalero. En París, donde los hoteles y los azucarillos son tan minúsculos, hay gente que aprende a amar, que es aprender todo. Yo aprendí que soy el siguiente. Je suis Paris, je suis la Bastille, je suis la salle du jeu de paume. Je ne suis pas Raqqa.

Si creen que los franceses van a esperar a ver cómo acribillan a sus hijos, pueden esperados sentados en esta terraza rodeados de parejas que se acarician los muslos y a tiro de piedra de la media docena de varones que ofrece abrazos gratis en la République. Hay calefacción y la cerveza es barata. Relativamente. No se engañen porque no van a dar abrazos en el Estado Islámico. La corrección política no tiene límite hasta que para un tipo en la puerta de un bar y te ametralla. No se van a dejar matar. Vive la France.

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