Felicidad Rodríguez
Tiempos amarillos
Basta observar que los líderes terroristas no son precisamente desarrapados o respondan a una determinada posición política
Mientras que mucha gente en Cádiz acompañaba, hace unos días, a las cofradías en sus salidas procesionales de Semana Santa, ya fuese por fervor religioso, por disfrutar de las obras de arte o por otros motivos difícilmente explicables pero fuertemente arraigados en nuestras tradiciones y en nuestra cultura, en otra ciudad muchas personas sufrían su particular pasión por los familiares y amigos asesinados el Martes Santo en el aeropuerto y en el metro de Bruselas. Posiblemente muchos de ellos estarían ya preparando las vacaciones que se avecinaban o pensando hacer un hueco para acercarse a comprar los huevos de Pascua que, como es costumbre por estas fechas, llenan las chocolaterías de las Galerías de Saint-Hubert y de la Grand Place, para celebrar, como es tradición allí, el Domingo de Resurrección. Otro nuevo atentado yihadista, apenas unos meses después de los de París, que ha dejado en estado de shock a la población de ese pequeño país en el corazón de Europa. Y, de nuevo, la ansiedad, el miedo, la incertidumbre. En fin, el terror, ese pánico que buscan los yihadistas, como otra herramienta más para conseguir no se sabe qué objetivo.
Porque hemos oído infinidad de veces la teoría del choque de civilizaciones de Huntington o, en contraposición a ella, la de la Alianza de Civilizaciones, sin pararnos a pensar que solo existe una civilización, la humana, y que son otros aspectos los que, arraigadas en el pozo de nuestra conciencia durante siglos y siglos, marcan maneras tan diferentes de concebir la vida y las relaciones humanas. Unos conceptos enraizados en nosotros mismos mucho más fuertes que las posibles diferencias ideológicas, políticas, económicas o, incluso, geográficas.
Basta observar que los líderes terroristas no son precisamente desarrapados o respondan a una determinada posición política; o repasar las nacionalidades de los que se han inmolado en los últimos atentados. Y el análisis de esas diferentes actitudes ante la vida, y ante cuestiones tan ligadas a ellas, como el sentido de la libertad, de la responsabilidad, de la igualdad y de tantas otras, será clave ante el mayor peligro al que tendremos que enfrentarnos en los próximos años. Por supuesto que las actuaciones y la toma de decisiones de los gobiernos, así como la acción coordinada de los países de la vieja Europa, es fundamental; pero no es menor, ante ese horror expresamente buscado, la importancia de las actitudes que adopte la ciudadanía en la defensa de todo aquello que tanto esfuerzo, y durante tantos siglos, ha costado conseguir, intentando equilibrar la lógica alerta sin que el horror nos inmovilice o altere nuestro modus vivendi. El director del FBI usaba unos párrafos del libro ‘El valor del miedo’ para felicitar a su personal las pasadas navidades. Decía algo así: «Hay cuatro posibles estados de existencia: rojo, uno está en lucha por la vida; naranja, uno se prepara para luchar y defenderse; amarillo, uno es consciente de su entorno; y blanco, uno tiene los audífonos puestos y está enviando mensajes de texto en una solitaria estación de metro a altas horas de la madrugada. Es imposible vivir permanentemente en rojo o naranja; la mayoría de la gente está siempre en estado blanco. Pero ahora tocan tiempos amarillos».