El taxi de los conflictos
«...Sabe mejor que nadie que agosto, más que inhábil para la Administración, es inútil para la gestión...»
Se ha hecho esperar, pero ya llegó el verano... Y termine usted, si le parece, la cancioncilla. Ha llegado con fuerza, con Levante, con calor y poniendo fin a un mes de julio que más bien parecía septiembre y no solo por lo meteorológico. No hace falta que se lo recuerde, ¿verdad? Primarias, escándalos, huelgas, desacuerdos… Pero ya llegó el verano, y con él la calma; los conciertos gratuitos de la Catedral, la indolencia municipal, las puestas de sol con música –una catetada de la que no sé si nos libraremos alguna vez–, el anuncio del Trofeo Carranza –cada vez más cutre y más menguado–, las cien mil noches carnavalescas –con recuperación del Me Río de Janeiro incluido–, el cierre de camas en el hospital, las tareas hechas –el presupuesto municipal ya está funcionando, dicen- y las vacaciones.
Vacaciones para todos. Porque ya sabemos que no es Santiago el que cierra España, sino agosto. Y por eso, aunque usted ya haya disfrutado de su descanso, o lo haya postergado hasta que pase la canícula, sabe mejor que nadie que agosto, más que inhábil para la administración, es inútil para la gestión. Quizá a eso responda que la huelga de taxistas se haya tomado una tregua hasta septiembre. Ellos, que iban a estar cortando el tráfico de medio país hasta que alguien les diera lo que pedían, que iban a estar allí hasta la victoria final, que iban a luchar hasta la última batalla, recogieron pronto los bártulos y las acampadas, en cuanto la medianoche del día 1 anunciaba que llegaba el verano. «No es un adiós –decían los líderes del gremio– es un hasta luego». Hacen bien. Ya se sabe que, por mucho carril bici que haya, ni las bicicletas ni las huelgas son para el verano.
Y mucho menos para un gremio, como el del taxi, que no goza precisamente del aplauso ni de la simpatía del respetable público. No me pregunte por qué –o sí, pregúntemelo–, pero, quitando a Encarna Sánchez, conozco a muy poca gente que hable bien de los taxistas. Lo de Encarna, acuérdese, era una continua arenga a camioneros y taxistas que la vitoreaban por los cuatro puntos cardinales de la geografía española. Encarna, que cada noche se citaba con los trabajadores del camión y del taxi para decir barbaridades, y que llegó a recibir hasta un homenaje del gremio en Cádiz, en 1984 –me pierden las hemerotecas- contribuyó sin querer a fomentar esa imagen de taxista un poco chulo, castizo y casposo que se construyó en el imaginario colectivo en los años ochenta y que ha sobrevivido, desgraciadamente, a Encarna y a la caricatura en la que se convirtió un colectivo que no siempre ha sido bien valorado. No era algo exclusivo de aquí, donde el rechazo al taxi se vio dulcificado «al amparo de la noche» por Los Simios, ¿se acuerda?; era algo generalizado en todo el territorio nacional. Que levante la mano quien no se ha sentido timado en un taxi cuando el conductor cogía por el camino más largo; que levante la mano quien no se ha sentido intimidado en un taxi cuando el conductor vociferaba contra otros conductores; que levante la mano quien no ha rezado porque no le toque el de las chanclas, o el que tiene el discurso más reaccionario, o el que no lleva cambio, o el que no tiene aire acondicionado… Porque, ya lo sabe, aunque usted pague el servicio religiosamente, y aunque usted no tenga ganas de entablar conversación con un desconocido, cuando uno llega a la parada de taxi o lo llama por teléfono, el primer mandamiento es siempre el mismo: lo que toque, tocó.
Por eso a nadie extraña que empresas como Uber o Cabify tengan cada vez mayor predicamento. Y que las protestas –justas y dignas– del mundo del taxi, estén cada vez más alejadas de la sociedad. Se liberalizaron las empresas telefónicas, las televisiones, las compañías aéreas… y no pasó absolutamente nada, ni a Telefónica le dio por arrancar los cables de ONO –por poner un caso– ni a Iberia por sabotear los aviones de Ryanair. Se llama competencia y consiste en que cada consumidor con su dinero haga lo que mejor le parezca y lo que más le convenga.
El servicio del taxi en España está anticuado, y no me refiero solo a la flota de vehículos, sino al servicio que presta. En ninguna cabeza caben ya los monopolios en los aeropuertos, o que una familia con tres niños pequeños tenga que utilizar dos taxis para desplazarse porque no haya coches para más de cuatro pasajeros, o que el precio de la carrera siempre sea una sorpresa, o que el conductor vaya en tirantes y con la radio puesta a todo volumen… Quizá el enemigo del taxi no esté fuera, sino dentro. Renovarse o morir, se decía. Píenselo.
Que hace mucho que el sereno, el cartero y el barrendero dejaron de cobrar el aguinaldo en Navidad. Y que de El taxi de los conflictos, aquella película en la que Juanjo Menéndez hacía de abnegado taxista que socorría a medio Madrid con su coche, solo se recuerda al clan de los Flores cantando «tú lo que quieres es que me coma el tigre».
Ya llegó el verano…