OPINIÓN

También es mi bandera

No es que uno nazca donde le da la gana, sino que el lugar donde uno nace no es más que una circunstancia como otra cualquiera

Vaya por delante que no creo en los determinismos territoriales, como tampoco creo en las fronteras. Me parecen retorcidos complementos circunstanciales creados por unos sujetos con demasiados intereses y demasiado oscuros; solo hace falta mirar el mapa de África y comprobar que esos países trazados ... con tiralíneas fueron el logro de las políticas coloniales en un momento histórico determinado, de aquí pallá una cosa, de allí pacá, otra; aunque no hay que irse tan lejos, todavía viven yugoslavos que nacieron en un país que ya no existe, y por acercarnos a nuestro entorno, los cántabros fueron castellanos hasta no hace tanto, igual que los ceutíes eran tan gaditanos como usted y como yo.

En mi caso no creo que sea distinta de lo que soy solo por haber nacido en Cádiz; de hecho soy la única de mi familia que puede decir que ha nacido aquí –para colmo en Puertatierra–, y eso no me hace diferente a mis hermanas, a mis padres, o a mis abuelos. Y no es que uno nazca donde le da la gana, sino que el lugar donde uno nace no es más que una circunstancia como otra cualquiera. Somos españoles, como podríamos haber sido portugueses, suecos o camboyanos, quién sabe. No se me inflan las venas del cuello diciendo que soy española; lo soy y punto, algunas veces me produce orgullo y muchas veces, vergüenza. Tampoco me emociono con el himno de España–nadie se emociona con el himno de España, reconozcámoslo de una vez–, ni con el de Andalucía, por lo mismo que le decía antes. No nacen del sentimiento comunitario de una sociedad, de una tradición ancestral, ni de un hecho identitario, sino de los intereses de una determinada clase dominante en un determinado momento histórico. Y así no me vale.

Dicho esto, entenderá usted que tampoco crea demasiado en las banderas. En ninguna bandera. Aunque las considero, eso sí, símbolos de unión y de representación de las naciones y de los colectivos y por tanto, símbolos de identificación comunitaria que merecen todo el respeto y toda la lealtad de quienes tenemos el deber de reconocernos en ellas. Porque aunque yo no crea en las banderas –en ninguna bandera– la bandera de España me representa porque es uno de los símbolos del país en el que vivo, como el escudo, como el himno, y –de momento– como la Corona. Por eso, la bandera de España, es mi bandera.

Y por eso, me molesta tanto que se utilice con fines más que políticos, partidistas. Por eso me molesta que determinados partidos políticos se apropien de los símbolos nacionales como si solo pertenecieran a ideologías concretas, a grupos concretos, a sectores de población concretos. Por eso me molesta que se use la bandera –que es un símbolo de unión– para excluir, para fracturar a la sociedad. Yo soy español porque tengo ondeando la bandera en el balcón de mi casa, y tú no lo eres. Yo soy español porque llevo la bandera de España en el logo de mi partido, y tú no lo eres. Yo soy español porque veo el mundo en rojo y gualda, y tú no lo eres. No se pueden abanderar causas sectoriales bajo el manto de un símbolo que no lo es. Ni el aborto, ni el matrimonio homosexual ni los presupuestos del Estado tienen nada que ver con la bandera de España.

Así no. Es cierto que no hay ningún otro país que tenga más complejos de su propia bandera que el nuestro, y es cierto que el uso indebido de este símbolo durante muchos años alimentó un rechazo en el colectivo imaginario que la Transición no supo, o no pudo, rectificar a tiempo. En el juego de las identificaciones, la bandera española adquirió unas connotaciones que son difíciles de olvidar, unas connotaciones que se actualizan de manera alarmante en estos tiempos de tribulaciones en los que vivimos. «La bandera de España es tan del PSOE como del resto» decía no hace mucho el hasta no hace mucho presidente escritor del Gobierno, como si hubiese descubierto la pólvora. Se equivocaba, de nuevo, Pedro Sánchez; la bandera de España es de los españoles, de los del PSOE, de los del PP, de los de Podemos, de los de Vox, de los de Ciudadanos, de los que votan, de los que no votan, de los que viven aquí, de los que tuvieron que irse fuera y hasta de los independentistas catalanes mientras sigan vinculados territorial y políticamente a España.

De todos los españoles. Lo que pasa –lo digo demasiado últimamente, pero no me arrepiento– es que tenemos una memoria muy endeble y una flojera muy grande. Pero para eso están las hemerotecas. En noviembre de 1978, el consejo de Regencia –que sustituía al Rey en su ausencia– firmaba un real decreto, aprobado por el Consejo de Ministros, por el que se prohibía el uso de la bandera española con fines partidistas, sancionando expresamente a quienes «pretendan instrumentalizar parcialmente un símbolo, que es patrimonio común de todos los españoles», y se explicitaba la prohibición del uso de la bandera como símbolo distintivo a los partidos políticos.

No me gusta que nadie utilice la bandera para hacer campaña política sobre ella. Yo no creo en las banderas, pero la de España es mi bandera. Tan mía como de todos. Y por eso nadie debe apropiarse de ella.

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