Fernando Sicre
El suelo y el techo
Cuando la crisis del 29, Einstein abogó por la necesidad del análisis de sus causas, por la proposición de soluciones y desde luego trabajar duro para salir del atolladero
Cuando la crisis del 29, Einstein abogó por la necesidad del análisis de sus causas, por la proposición de soluciones y desde luego trabajar duro para salir del atolladero. Pero, también advirtió de la imperiosa necesidad de acabar con la «gran crisis» que reside en la tragedia de no querer enfrentarse a ella para superarla.
A mediados de 2008, cuando el PSOE se aferraba a calificar la situación de desaceleración económica, con efectos meramente transitorios, el consumo, la inversión y las exportaciones de la economía española caían en picado, mientras que lo único que crecía de manera exponencial era el gasto público. Todo ello se tradujo en una plaga destructora de empleo y en un desmesurado deterioro de las cuentas públicas. Ambas, exteriorizaban a la vez que explicitaban el estrepitoso fracaso de la política económica del Gobierno. Habíamos pasado de un 2% de superávit al cierre del ejercicio de 2007 a un déficit que excedía del 3% a final de 2008. El último ejercicio de la era ZP, el déficit superó el 11%. Las cifras desempleo rebasaban el 26%. La situación económica general del momento, suponía que las empresas habían incrementado durante ese período de tiempo su nivel de endeudamiento hasta una cantidad que rebasa el 60% del PIB y las economías domésticas o familias, hasta superar el 40% de su renta disponible. Todo ello, amén del endeudamiento del sector público español durante la década, que llegó a superar el 70% del PIB.
Las llamadas reformas estructurales acometidas desde 2012, supusieron un punto de inflexión en todo lo relacionado con la economía, bajando el déficit público y la tasa de desempleo. El proceso de consolidación fiscal exigido por la UE, supone que cada país no pueda gastar más de lo que ingresa, evitando de esta forma el endeudamiento. Esto debe proyectarse en el contexto del ciclo económico, permitiendo de esta forma la intervención de los estabilizadores automáticos, que amortiguan los efectos perniciosos de los momentos de contracción económica. Pero estamos creciendo desde 2014 y seguimos aumentando la deuda. No se puede resolver el galimatías económico español, sólo desde la perspectiva de los ingresos públicos. Es más, su solución viene por atajar con decisión el gasto público. Y ello exige reducir de forma drástica el Estado.
El Gobierno socialista en mayor medida y el del PP también aunque en menor proporción, en sus cruzadas sociales, sólo entiende el arreglo de la situación económica con un desmesurado aumento del gasto público, como sí la solución pasa por hacerlo llegar al infinito. El problema que subyace con este intervencionismo instalado y presuntamente salvador, es su pretensión de suplantar la caída del consumo y así de forma artificial, apuntalar precios y salarios para que no se derrumben. El sostenimiento del mercado producto de la intromisión pública, no es deseable, aunque posible en el corto plazo, deviene en imposible en el largo plazo. Así lo manifestaban James Buchanan y doscientos economistas en The New York Times, donde aconsejaban a sus gobernantes que la senda de la recuperación y el crecimiento económico estable y sostenido vendrían dado por la eliminación de los obstáculos al trabajo, al ahorro, a la inversión y a la producción. Amén de recomendar, que si se toca la política fiscal, esta debe ser la de bajar los impuestos, para así rebajar la carga tributaria. Por supuesto ello acompasado con una mayor reducción del gasto público más que proporcionalmente. El Gobierno anuncia ahora todo lo contrario: mayores transferencias de ingresos a las CC.AA, engorde del Estado y subida del techo de gasto. Vivimos en el suelo, pero el techo es la referencia natural de hasta dónde podemos llegar. Bajemos el techo, así seguro que no nos caemos. Los pies en el suelo y con las manos tocando el techo. Es la consolidación natural para que todos la entendamos.
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