JULIO MALO DE MOLINA - ARTÍCULO

Speer, arquitecto de Hitler

El Führer se rindió a la grandilocuencia de los proyectos de su ministro de armamento y construcciones

Cuando termina nuestra guerra civil con la rendición de Madrid, el Nuevo Estado comienza a organizarse entre las ruinas del país devastado por una guerra muy cruenta. Como en muchas otras áreas, también en arquitectura se adoptan modelos importados de la Alemania nacional socialista, hasta el punto que Paul Bonatz (1877-1956), arquitecto del equipo de Albert Speer, se traslada a Madrid como asesor en la materia. Los nuevos regidores rechazan el Movimiento Moderno cuyos principales impulsores se habían vinculado a la causa republicana. Oriol Bohigas en su libro 'Arquitectura Española de la Segunda República' (Tusquets Editor, Barcelona, 1970) cita una larga relación de arquitectos fallecidos, exilados, encarcelados o depurados; y añade: «¿Quién quedó en España para luchar contra la imposición de una arquitectura monumental, para esforzarse a favor de la vanguardia moderna que el nuevo régimen asimilaba a la España vencida?». Pero ese estilo de inspiración nazi duró tan poco como la guerra mundial. Speer fue procesado en Núremberg y condenado a veinte años de prisión; su arquitectura también fue condenada por los especialistas como modelo del totalitarismo derrotado. Franco intenta contener a los aliados quienes aún planeaban intervenir en España para restaurar la democracia; por eso abandona los modos nazi-fascistas; y así desde el poder se facilita que los mejores arquitectos vuelvan a la modernidad, sobre todo los jóvenes. Quedan epígonos, entre arquitectos mediocres, como la Aduana de Cádiz, de Manuel Ródenas López, terminada en 1959 cuando ya la arquitectura oficial por lo general adopta un lenguaje moderno.

Hitler había intentado sin éxito ingresar en la Academia de Bellas Artes de Viena, y acaba por trabajar como dibujante para arquitectos que intervienen durante la etapa del gobierno socialdemócrata de la ciudad, conocida como 'Viena la Roja'. Posteriormente y ya líder del Partido Nazi intima con el arquitecto Albert Speer que forma parte de su círculo más próximo cuando en 1933 llega a ser nombrado Canciller del Reich Alemán. El Fhürer hizo de Speer el 'arquitecto de Alemania'; sus proyectos no presentaban calidad arquitectónica pero encandilan a Hitler por su grandilocuencia. Ambos defendían la Ley de las Ruinas, según la cual todo cuanto se levantara en Alemania debía dejar vestigios para las generaciones futuras.

Como ministro de armamento y construcciones desde 1942 Albert Speer idea fábricas secretas subterráneas utilizando mano de obra esclava, donde trabajaron millones de prisioneros, en especial soviéticos y franceses. Juzgado en Núremberg declara estar arrepentido por usar a los prisioneros como mano de obra, y confiesa: «El régimen era criminal y acepto que soy culpable junto con los demás»; así elude la horca e ingresa en prisión. Cumplida su condena se instala en el Reino Unido donde escribe varios libros de memorias. Acaba de publicarse el ensayo 'Speer, el arquitecto de Hitler', de Martin Kitchen, quien nos muestra a un tipo carente de talento como profesional, narcisista, ambicioso y servil, que supo captar lo que Hitler quería en obras tales como: la Tribuna de Núremberg (1934), el Estadio Olímpico de Berlin (1937), y la Remodelación de la Cancillería (1939). Esta arquitectura, ecléctica, historicista, y megalómana, fue el modelo que la España de posguerra adopta; su mejor ejemplo es el Ministerio del Aire, de Gutiérrez Soto quien presentó una propuesta más clasicista al modo de los Nuevos Ministerios de Secundino Suazo; fue Bonatz quien impuso el referente escurialense que entendía como más vernáculo. Pero ya en la década de los cincuenta los arquitectos de la nueva administración recuperan la modernidad truncada.

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