OPINIÓN

Sirenas y campanas

El pueblo de París en la explanada de la iglesia era la imagen de la fragilidad

Personas observan Notre Dame tras el incendio. AFP

Francisco Apaolaza

Ahora con este fuego recuerdo París después de los atentados como una postal vacía, una invitación a la locura. Aquella noche todas las terrazas que empezaron tímidamente a abrir se aparecían desordenadas, como si todas las mesas de la ciudad permanecieran aún volcadas por las ... ráfagas de balas. París era una ciudad ametrallada. La misa en la catedral de Notre Dame fue el primer paso que dio Francia para volver a salir a la calle detrás de aquel tipo que una mañana después del horror y, pese a las recomendaciones, se plantó en el cordón de seguridad de Bataclan con sus dos hijos de la mano y allí en la soledad de la calle les dijo que no podrían con ellos. La misa fue el primer acto colectivo contra el miedo. Los parisinos fueron acercándose poco a poco, reconociéndose en los demás, intentando no escuchar las sirenas y los motores de los coches de la policía que doblaban las esquinas como rayos azules bajo los bandos de palomas perdidas, espantadas, esnortadas tras dos días y dos noches de sobresalto sin saber dónde posarse. Solo la gran campana de la iglesia llamaba a la calma con su sonido de luto, profundo y largo como el otoño de Verlaine.

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