Nandi Migueles
Fue sin querer
Ella suena a Cádiz, baila con cada nota y hace bailar a todas las demás mujeres
Corrían los años ochenta cuando comenzó mi andadura por el mundo del carnaval. Nada más y nada menos me atreví a acompañar con mi vieja guitarra a tres grandes maestros de nuestra fiesta. Eran los más diestros con la púa de aquella época. Juanito Poce, Palacios y Rojas. El primer día de mi encuentro con ellos, me dejaron boquiabierto con su maestría. Eran tan ágiles con sus dedos que maravillaban a todos los que se agolpaban a nuestro alrededor para oírlos, pero mayor fue mi sorpresa cuando me presentaron a una bella dama. Me la descubrieron casi sin querer en aquella tarde ocasional. No la conocía, tan solo un poco de oídas y en alguna que otra ocasión donde me habían hecho algún comentario asombroso sobre ella. Todos los adjetivos hacia ella me advertían de sus excelencias. Se quedaron cortos.
Una vez que la miras te enamoras, me decían. Si la oyes, te atrapa. No dejes que te bese en los labios, son adictivos. No podrás salir nunca de su cerco, te abraza tan fuerte que cada día quieres más y más. Cada vez la necesitaras tener más cerca, cada vez querrás conocerla más, sentirla todo el día, tocarla con tus manos, acariciarla con tus dedos y mostrarles a todos lo preciosa qué es. Contaban que cuando te besaba hacía creer que estabas solo con ella, que todo a tu alrededor se esfumaba y desaparecía. Es como si el fotógrafo de retratos diarios desenfocara el fondo de la foto para hacer resaltar la imagen de la escena de aquel beso. Ella es dulce y cariñosa, aunque a veces trina de rabia y golpea con fuerza. Es atractiva para todos y elegante como ninguna. Hoy día intentan copiarla y quitarle protagonismo pero no le llegan ni a la altura de su pentagrama. Me decían los maestros que tenía muchos admiradores y pretendientes que tuviera cuidado, que caería como todos ellos en sus garras. Así fue. Desde que me la presentaron aquellos grandes expertos del plectro, mi alma no puede librarse de ella, ni quiere. Ella habita en mi mente, es huésped de cada rincón de mi pensamiento. Cuanto más la veo más me engancha, cuanto más la oigo menos me gustan otras. Su voz es bonita, dulce y delicada, su mirada es única y sus andares hacen volver la cabeza al más educado de los caballeros.
Esa dama luce por sí sola, no necesita de aderezos ni de lujos, no necesita que nadie sea su dueño. Es libre e independiente, aunque ella no lo sepa. Pasa inadvertida por delante para no ser descubierta, e incluso si es necesario cambia de camino y da un gran rodeo si la observan muchos. Ella suena a Cádiz, baila con cada nota y hace bailar a todas las demás mujeres. Ella produce envidias y cada vez sale más perfecta a la escena. Se revoluciona y quiere innovarse para no quedarse estancada. Es una preciosidad y su sonrisa ladeada aparece oculta para todos menos para los privilegiados como yo. Ella es una ventana abierta para dar luz a cualquier estancia. Es inimitable y es inevitable enamorarse de ella cada día más. En el teatro crea expectación. En carnaval se pone su antifaz y se va a la plaza. Ella va siempre acompañada y del brazo de un gran Rey. Ella es su consorte. No hay nada más bella que la reina que acompaña a su majestad el tango. La falseta.