Opinión
Que si quiere bolsa
Lo bueno de tener hijos postmillennial es que soy capaz de resolverlo todo con un meme o un tuit
Algo bueno de tener hijos ‘postmillennial’ o como demonios se llame esta generación que no concibe la vida sin Instagram, es que, además de tenerme permanentemente escandalizada –soy fácilmente escandalizable, dicho sea de paso–, me permite convivir sin complejos entre dos mundos que nada tienen ... que ver entre sí. También me ha hecho bilingüe, mire por usted por donde; porque soy capaz de comunicarme con ellos –en plan, lol, crush, salseo, ya sabe– con la misma naturalidad con la que podría comunicarme con mis padres, o con mis congéneres ochenteros, muchos de ellos anclados aún en ‘La Bola de Cristal’. A la generación Z –los nacidos entre 2000 y 2010– les importa bien poco lo que ocurra en el mundo, si no es su mundo, claro está. Un mundo que está hecho a la imagen y semejanza del que tenga más ‘likes’, porque no ven con los ojos, sino con los dispositivos electrónicos que llevan a modo de apéndice vital. Nada le descubro si le cuento de esta generación, porque seguro que tiene usted algún espécimen representante cerca y sabe cómo se comportan y cómo actúan, siempre en son de paz o al son que mejor les suene. Adanes hasta sus últimas consecuencias, extraños incluso en su propio paraíso; ese paraíso donde todo lo tienen a su alcance, y donde viven mejor que Dios.
En fin. No tengo nada que objetar porque es ley de vida que nos pongamos exquisitos con la edad, y que llegado el caso, empecemos todas la conversaciones con un «yo a tu edad…», o «en mis tiempos…» o «cuando yo era joven…», olvidando que, a su edad, en nuestros tiempos, y cuando éramos jóvenes, también salíamos cada noche a comernos el mundo de nuestros padres y a intentar establecer nuestras propias leyes en una selva no más peligrosa que las de ahora. Así que antes de que deje de leerme, pensando que me he convertido en una abuela cebolleta, le diré una cosa: lo bueno de tener hijos postmillennial es que al final, una acaba identificándose con ellos y contagiándose de esa peculiar manera de ver el mundo como si fuese un tablero de Pinterest.
Aunque, a veces, no sé si el contagio procede de mis hijos o de la misma cepa de la que proceden todos los males de este país. El último barómetro del CIS también está infectado, por eso dice lo que dice. Es un barómetro virtual, –de eso no tengo la menor duda–, que no mide la realidad, sino el deseo de quienes lo realizan. A estas alturas, con la amenaza de unas nuevas elecciones en puertas, después de casi cinco meses sin gobierno y después de varios intentos ¿fallidos? de negociación, nadie en su sano juicio –si es que queda alguien con algo de juicio en este país– se cree el resultado de una encuesta que vuelve a dar como vencedor al PSOE y que señala a Pedro Sánchez como el líder político más valorado. Un líder que ya ganó las elecciones en abril y que no ha sido capaz durante todos estos meses ni de formar gobierno, ni de establecer unas alianzas sólidas con sus posibles socios parlamentarios. Vuelva usted a votar, dice el CIS. Yo ya voté, dice usted. Y así, hasta el infinito y más allá, en bucle, en un eterno día de la marmota, en un capítulo sin fin de los Teletubbies, llámelo como quiera.
Porque lo único que salva al último barómetro del CIS es esa parte del sondeo en la que se mide el sentimiento de los votantes. Desconfianza, aburrimiento, irritación e indiferencia son las respuestas mayoritarias de los encuestados ante la situación política. Más del treinta por ciento del muestreo desconfía de nuestros políticos –y alguno más que se habrá callado–, un quince por ciento reconoce que le aburre la cuestión y otro tanto se muestra indiferente ante unas posibles nuevas elecciones.
Esto es lo peor. La indeferencia, que es un estado afectivo aparentemente neutro, pero con un efecto absolutamente devastador porque, como decía Bernard Shaw, «el peor pecado hacia nuestros semejantes no es odiarlos, sino tratarlos con indiferencia: esa es la esencia de la inhumanidad». La indiferencia asociada a la insensibilidad, al desapego, a la frialdad, que nos lleva finalmente a la nada.
Nunca hemos vivido más alejados de la política, nunca nos hemos distanciado tanto de los políticos y nunca nos ha dado tanto igual lo que esté sucediendo en el gobierno. Cuanto menos, es para pensarlo. Quizá, antes que pactar con otras formaciones políticas, habría que buscar la manera de volver a conectar con el propio electorado, de recuperar a una ciudadanía cada vez más distante y con menos interés.
Lo bueno de tener hijos postmillennial es que soy capaz de resolverlo todo con un meme o un tuit. Que me leo el CIS, los periódicos y las noticias, que escucho a Pedro Sánchez o a Pablo Iglesias, que miro atónita a Pablo Casado o a Albert Rivera y que siempre me dan ganas de gritarles «Que si quiere bolsa, señora».
Y lo mejor de todo es que a usted le pasa lo mismo.
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