Yolanda Vallejo - OPINIÓN
Show must go on
Cádiz es una ciudad donde desaparecieron las pantallas de autobombo, pero aparecieron las estrellas del celuloide
![Show must go on](https://s2.abcstatics.com/media/provincia/2016/03/13/v/alcalde-cadiz-investidura--620x349.jpg)
Decía Aristóteles que el mejor discípulo es aquel que supera al maestro. También lo dijo Malú –nunca hay que tener prejuicios a la hora de citar– cuando cantaba aquello de «Si alguna vez fui mala, lo aprendí de ti». Y también lo dice el refranero con lo de «Mal aprende, quien mal maestro tiene». De esto debe saber muchísimo el actual equipo de Gobierno local, al parecer. Porque han conseguido en muy poco tiempo superar con creces a los que les precedieron, y poner de manifiesto que, aunque les escueza, todo lo aprendieron de ellos.
«Me has enseñado túuuuu…», es normal, veinte años, pese al tango, son muchos años y ya se sabe que en esta vida, menos la hermosura y el dinero, todo termina por pegarse. Se pega en las formas –no es necesario volver a recordar los episodios de los plenos, porque el miércoles que viene tendremos más y tal vez peores– y hemos tenido ocasiones de verlos poniéndose el mundo por bandera, a media asta, a asta entera, hasta de los scout…; Hemos tenido ocasiones de verlos utilizar las mismas armas de destrucción, arrojándose unos a otros informes varios a la cara; y hemos tenido ocasiones de verlos manejar con las mismas –bueno, unos de una manera y otros, de otra– artes a los medios de comunicación para ser portada de periódicos e informativos –bueno, unos de una manera y otros, de otra–.
Al final va a ser cierto aquello de que los polos opuestos se atraen. Tanto que todo lo que se criticaba de la anterior Corporación nos está cayendo encima. Recuerde, Cádiz fue durante dos décadas muchos Cádiz, casi perdimos la cuenta y hasta alguna candidata prometía resolver la ecuación con una reducción al absurdo, «que Cádiz vuelva a ser Cádiz». Cádiz fue la ciudad que sonríe, la ciudad constitucional, e incluso en un alarde de fantasía fuimos «la ciudad que funciona». No hace tanto, ¿verdad? Tampoco lo parece. Porque en menos de un año somos «la ciudad amiga de los animales» y vamos camino de convertirnos en «ciudad amiga de la infancia». Una propuesta que, así a primera vista, parece una broma macabra de nuestro propio destino. Porque al ritmo que envejece la ciudad más vieja de Occidente, pocos serán los niños de los que nos podremos hacer amiguitos. A menos que los traigan de fuera para hacer ambiente, que todo puede ser. Entre abuelos y niños tenemos garantizada la entrada completa al circo municipal.
La propuesta en la que trabaja el Ayuntamiento intenta conseguir un sello que otorga Unicef a aquellos municipios en los que se reconozca a los niños el derecho a que sus ideas y opiniones sean escuchadas y tenidas en cuenta en la vida municipal, haciendo previamente un diagnóstico de la realidad de la ciudad como punto de partida, en el que se valoran espacios verdes, entornos amigables para la infancia, protección, servicios deportivos y culturales destinados a ellos… Vamos, que lo llevamos claro en una ciudad como la nuestra donde los parques infantiles –léase Parque Genovés vulgo pulmón verde de la ciudad– parecen descampados y donde la oferta cultural destinada a niños nunca va más allá de los títeres. Una ciudad donde calle peatonal significa que las motos pueden circular en ambos sentidos, una ciudad donde jugar a la pelota está prohibido hasta en la playa. En fin.
Una ciudad donde desaparecieron las pantallas del autobombo, pero aparecieron las estrellas del celuloide, las de «los focos a mi persona» una semana sí y otra también, que cualquier pantalla es buena para hacer sombra a los verdaderos problemas de las vecinas y los vecinos, como le gusta llamarnos al señor alcalde. Vecinas y vecinos, como él, que saldrá en el cortejo procesional del Nazareno despojado de su dignidad de edil para acompañar a su madre en la penitencia –muy leyenda de Salvochea, por cierto– «que es donde tengo que estar». Y es ahí donde vuelve a equivocarse el chavea este de barrio.
Mire usted, durante cuatro años, le guste o no, es usted el alcalde de la ciudad tanto si va delante, como si va detrás, como si lo colocan encima de un paso. A mí me da igual donde vaya, si va o si no va. No hace falta que me lo diga. Me da igual si acompaña usted a su madre a la penitencia, a la peluquería o al bingo. No hace falta que me lo diga. Me da igual si usted cree, si no cree o si se está quitando. No hace falta que me lo diga. Haga lo que haga, durante cuatro años, es usted el alcalde de la ciudad. Que no se le olvide. Porque de eso es de lo único que debe dar usted cuenta a sus vecinas y a sus vecinos.
No olvide que mientras, la ciudad sigue –como Penélope y su bolso de piel marrón–, esperando los presupuestos, esperando empleo y vivienda y esperando que cada mañana, como usted mismo dijo, esta ciudad huela a pan recién hecho.
Claro que eso no abre los informativos nacionales y su imagen de penitencia tras el Nazareno vale un potosí. Y usted lo sabe. Y juega con esto porque show must go on.
Así que mire, hágame un favor. Nueve horas –porque imagino que no dejará a su madre sola cuando se vayan las cámaras– tras un Cristo, en silencio, son muchas horas. Aprovéchelas para pensar. Lo mismo hasta le sirve.