Hoja Roja
Señor alcalde (II)
Hoy vuelvo a escribirle, señor alcalde. Y a pedirle que no nos defraude. Hay mucho por hacer en esta ciudad y ahora es el momento de hacerlo
Querido señor alcalde, hace cuatro años, en un arrebato que hoy me atrevería a considerar, más que osado, ingenuo, tuve el atrevimiento de escribirle una larga carta en la que le pedía –por mí primero y por todos mis compañeros– que devolviera la confianza a ... una ciudad que había depositado la poca que le quedaba en usted. Que abriese de par en par las ventanas para que entrara el aire fresco de la mañana y saliera el recalmón de la noche larga, larguísima, por la que estábamos transitando. Le dije, también, que tenía un hijo de dieciséis años y que usted, como alcalde y yo, como madre, estábamos obligados a darle un futuro algo más perfecto del que, por aquella época, vislumbrábamos. Le dije, entonces, que cuando pasaran cuatro años le iba a exigir a ese niño que votara de manera consciente y responsable, y que le enseñaríamos –usted como alcalde, y yo como madre– a distinguir las voces de los ecos, que cantaba el poeta.
Le pedía en aquella carta –por cierto, hace mucho que usted no nos escribe como antes– que no se acostumbrara al sillón, ni se conformara con las cuatro cosas que pudiera conseguir. Que cuidara a la ciudad y que cuidara a los vecinos –entonces decía vecinos, hoy ya digo vecinos y vecinas– como si fuésemos de la misma familia. Que desterrara los gritos, los malos modos y las malas prácticas en los plenos; que no prometiera más que aquello que podía cumplir y que no nos dejara caer en la tentación de perder la ilusión con la que le habíamos acompañado al Ayuntamiento.
No fue fácil, al principio; y al final, tampoco. Usted lo sabe. El enemigo suele estar siempre dentro y poco tardó en sacar las uñas, o los palos –como ustedes lo llamaban– para trabar las ruedas. Aunque hay que reconocer que había ruedas tan gastadas, tan parcheadas, o tan de molino, que hasta sin palos, ellas mismas se iban atascando por el camino. La memoria es el órgano más frágil que tenemos y el que peor tratamos, ya lo sabe. Y echando la vista atrás, la travesía por aquel primer desierto fue complicada. Para usted, y para nosotros. Tuvimos que acostumbrarnos a convivir y hablar en un nuevo lenguaje; y aún así, nunca faltaron los que trataban de confundir los significados y hasta los significantes de cada palabra suya. Los vecinos y las vecinas le reventaban los plenos –acuérdese–, le tumbaban las propuestas los concejales y las concejalas. Le criticaban por su forma de vestir, de hablar, de actuar, de no actuar; le cuestionaban sus «sobrantes», sus apariciones en público y en privado, si ponía o quitaba las banderas, si encendía o apagaba las luces… En fin. Que se cumplió, en gran medida, lo que, poniendo en práctica mis dotes de aprendiz de sibila, le dije hace cuatro años «recibe usted una manzana envenenada. Una ciudad vieja, avejentada más por los achaques que por la edad, harta ya de cuidados paliativos que solo han servido para enmascarar los síntomas de la enfermedad que padece, el paro, la pobreza, la incultura, la indignidad. Y sabe que le será muy difícil lidiar este toro sin que uno de los dos salga maltrecho».
De aquel alcalde idealista y joven que apeló a la «gente corriente» la mañana del 13 de junio de 2015, aquel que prometió «trabajar codo con codo para construir una ciudad feliz administrada con el ejemplo de las proezas que hace la gente cada día para llegar a fin de mes» y que se comprometió a «que vuelvan a su tierra los gaditanos que tuvieron que marcharse», apenas queda una vaga sombra; de aquel que intentaba parar con su propio cuerpo los desahucios, del que sufría porque en verano los niños gaditanos no comían tres veces al día, de aquel alcalde de las utopías, queda poco. Pero también queda poco de aquellos vecinos y vecinas que asambleariamente iban a decidir el futuro de todos, aquellos que iban a trabajar para que el pito de la olla a presión fuese la banda sonora de nuestra ciudad. Ya le digo, éramos todos más jóvenes y también mucho más osados.
Ahora, nuevamente Cádiz ha confiado en usted, hemos confiado en usted. En usted que, citando sus propias palabras, ha aprendido «a ser mucho más astuto, más precavido», y que ha sabido transmitir «que solo hay que ser de verdad una persona íntegra para que la gente termine entendiendo que eres coherente y confíe en ti».
A eso iba, señor alcalde. Llevamos cuatro años de relación –de tonteo, más bien– y creo, que es tiempo suficiente, como para formalizar esto que llevamos a medias. Ya nos conocemos y sabemos del pie del que cada uno cojeamos, cuáles son nuestros defectos y cuáles nuestras virtudes; ya no nos podemos engañar uno al otro. Así que, vuelvo a escribirle, señor alcalde. Y vuelvo a pedirle que no nos defraude. Hay mucho por hacer en esta ciudad y ahora es el momento de hacerlo. Le deseo, y se lo digo de corazón, toda la suerte y toda la fuerza del mundo.
PD. Por cierto, de aquel hijo mío, que ya tiene veinte años, le diré una cosa. No lo ha votado como alcalde. Es más, ni siquiera ha podido votar desde donde ahora vive, porque votar desde el extranjero es una auténtica proeza. Así que, dentro de cuatro años, ya le contaré.
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