Gregorio Gómez Pina - OPINIÓN

Mi segundo ferro

Acabo de recibir mi segundo ferro, pero no es el de mi segunda novela.

GREGORIO GÓMEZ PINA

Acabo de recibir mi segundo ferro, pero no es el de mi segunda novela. ¡Qué más quisiera de tenerla acabada! Se trata de mi primera y única novela, ‘Un mundo entre faros’ (Éride Ediciones), de la que voy a sacar su segunda edición. El ferro es el manuscrito maquetado que la editorial te envía para su publicación, con el fin de que le des el visto bueno, firmándolo. Forma parte de un rito sagrado para todo escritor, en donde ya no hay vuelta atrás, y en donde se confrontan sentimientos de ilusión con los de miedo y en donde te planteas si tu obra va a ser aceptada o no por sus lectores.

Cuando recibí mi primer ferro, hace unos años, mi duda era total, y para aliviarla, me atreví incluso a escribir en este periódico un artículo, ‘Mi primer ferro y García Márquez’, en la que mostraba mis sentimientos ante este desafío. Ahora que ya pasé por esta incertidumbre y mi novela fue publicada y leída, me gustaría contarle cuál ha sido mi experiencia al respecto. ¿Ha merecido la pena escribir un libro, con todo el esfuerzo que ello conlleva? Y, ¿por qué quiero sacar mi segunda edición?, quizás se preguntarán.

Pues les tengo que decir que sí; que ha sido una de las experiencias más bonitas que he tenido en mi vida. Pienso, que si uno se atreve, debería contar, para que no caigan en el olvido, los recuerdos hermosos de su infancia, vividos con otras personas, en momentos y sitios que ya no volverán a repetirse. Es como un ‘Gracias a la vida’, sin música, de la entrañable Mercedes Sosa, que posiblemente hará que otras personas vuelvan a recordarlo. Y eso fue lo que pasó con muchos de mis lectores en el lugar donde se desarrolló la mitad de mi novela, en Cabo de Palos y Cartagena, mi tierra. De allí recibí algunos correos que me compensaron con creces de la ardua labor de escribir una novela. Mi amigo Fernando Blanco, desaparecido para mí, que vive en un pueblo de la sierra almeriense, me escribió: «Tu libro, afortunadamente, no es un libro. Es una atmósfera que se respira, un ambiente que se vive, sabores que se paladean, lenguajes que se escuchan, espíritus que se transmiten... Una voz que te murmura al oído frases dichas en lengua materna para que recuerdes cosas que llevas contigo desde antes de nacer... Un solemne homenaje a los que se fueron y el mejor regalo que se le puede hacer a los que vienen detrás». Fernando, debo aclararles, es escritor y poeta, escribe mucho mejor que yo, y resumió, de forma perfecta, lo que yo quería que fuera mi novela para mis amigos de Cabo de Palos. Un compañero, gallego, que la estaba leyendo en vacaciones, me mostró su interés en conocer Cabo de Palos y Chipiona, para revivir los sitios donde se desarrollaba la novela y conocer a alguno de sus personajes. ¡Qué más puede desear un autor que eso! Un señor muy mayor, gaditano, me contactó para ver si le podía dedicar la novela, pues había sido radiotelegrafista en los años 50 en el Cabo de Palos, durante un breve tiempo. Con suma educación me pidió disculpas por robarme mi tiempo, sin darse cuenta de que era él el que me estaba regalando el suyo.

Como en toda historia real, se me murieron en este intervalo dos de mis más entrañables personajes, y sentí la obligación moral de despedirme de ellos con dos artículos que nunca hubiera querido escribir: ‘A mi amigo Nandi, de Cabo de Palos’ y ‘A Don Carlos Oses, el último de nuestros fareros’.

Y con la ilusión de un principiante, me he atrevido a mantener encendidas las luces de mis recuerdos, como los dos faros de mi novela, por el placer principal de conseguir nuevos lectores y, sobre todo, nuevos amigos. El último de ellos ha sido el escritor e historiador Jesús Maeso de la Torre, que me ha honrado con el prólogo, y sobre todo, con su amistad.

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