Chapu Apaolaza

Saúl habló con San Pedro

Saúl Jiménez Fortes tiene los ojos verdes, redondos, absortos y grandes que a veces no parecen humanos, como si fueran de un muñeco

Chapu Apaolaza

Saúl Jiménez Fortes tiene los ojos verdes, redondos, absortos y grandes que a veces no parecen humanos, como si fueran de un muñeco, y asiste al mundo como imagino que debe de mirar uno la erupción roja de un volcán. Mira lo que sucede a su alrededor con cierto aire lisérgico. Atónito. Quizás fuera así siempre, o sucediera desde el día en que habló con San Pedro. Cuenta Saúl que le dijo «Hoy no es tu día». Quizás sea una imagen, pero es, en todo caso, una bella parábola para contar lo que le sucedió.

Jiménez Fortes, que se ha dejado el nombre en Fortes, y tiene razón el mote, vio un día a San Pedro. Al menos, un día, si no fueron más. Pudiera ser que se encontraran la tarde en que le entró un pitón por una cara del cuello y le salió por la otra. O tal vez aquel día en el que, al reaparecer en el ruedo después de aquella, le volvió a hincar el pitón por el suelo de la boca y le partió la madre. Los toros pasan los pitones por la garganta como cuchillas de afeitar y a veces, a Dios se le va la mano. A este torero le dieron dos seguidas en el mismo sitio. Después de la segunda, tuvo que aprender a hablar, aprender a comer, aprender a confiar en que, cuando un hombre menea un trapo en la cara del toro, el toro va al trapo y no al cuerpo. Eso, para un torero, es aprender a vivir de nuevo, a respirar, como si un ingeniero aeronáutico tuviera que aprender de nuevo la tabla del tres. Recuperar el sitio. ¿Acaso hay un sitio en el mundo para cada hombre? ¿O cada hombre busca el suyo? ¿Cuál es la geometría de los espacios de cada una de las vidas?

A Fortes le gustan las matemáticas, la física y la ingeniería, y ahí lo tienen en el ruedo de Las Ventas, queriendo abrazar al toro, que dijo Diego Torres, queriendo ser uno con él, como un profesor loco calculando las trayectorias de las balas en mitad de un tiroteo, viendo volar esquirlas de los obuses de Alepo. Tiene alguna misión Fortes, como si purgara algún pecado, como si todo fueran los vuelos de la muleta y el cuerpo no importara.

Madrid acaba de salir de la oficina. El toro se llama ‘Luchador’, de Lagunajanda y dibuja con las puntas de los pitones espirales en el aire. Le echa la cara arriba, arranca las virutas de los alamares y toma las medidas de su pecho por donde a Cristo le entró la lanzada. Pero todo es aire. No hay cuerpo. Acaso, como mucho, 24.000 corazones en extrasístole, latiendo en el vacío en el centro de la ciudad. Qué lejano el atasco de la calle Alcalá. Tiene Fortes un muro detrás de los talones que le impide echarse atrás. Lo puedo tocar desde el tendido. Yo quiero ese muro para mí para recordarme que vivir es ir solo adelante. Yo el día en el que tenga que estar en mi sitio en la vida, quiero estar como estuvo Fortes el martes en Las Ventas.

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