Francisco Apaolaza
Sandra es un ángel
Sandra es leve, alta, larga. Es una espiga de trigo
Sandra es leve, alta, larga. Es una espiga de trigo. La mueve algún tipo de viento solar que solo ella percibe y oscila entonces con elegante fragilidad como la llama de una vela. A veces parece inexpugnable y otras, siente uno el impulso de rodearla con las palmas huecas de las manos para que la corriente de una ventana no la apague, para que nada la moleste. Sandra está prendida a la fragilidad de lo que somos, de todo en lo que estamos, por eso es distinta. En ocasiones, estalla de alegría y se hace presente como una carcajada espontánea al fondo del comedor de un restaurante y en otros momentos permanece en otra dimensión, como si se moviera en otra escala. Sandra Ibarra sabe de la fugacidad del mundo y eso la hace única. Ese es su tesoro y su condena desde que hace unos años, cuando a una supermodelo de la España de los 90, le dijeron que quizás tuviera fecha de caducidad y, de pronto, aquella diosa volvía a ser «una chica de Medina del Campo que tiene cáncer».
Sobrevivió y un tiempo después sobrevivió una vez más porque a las leyes de la probabilidad se le escapan de vez en cuando personas como ella. La tercera vez que Sandra vino al mundo, se decidió a cambiar las cosas, ayudar a los que sufrían la enfermedad y también a romper tabúes. Sigue en ese empeño. Ahora se ha propuesto una empresa fuerte. Acaba de publicar junto a Juan Ramón Lucas ‘Diario de vida’, un libro con 27 historias de los que vivieron que es mucho más que un libro (Fundacionsandraibarra.org). Sandra se ha propuesto crear un enorme registro de supervivientes al cáncer al que puede apuntarse todo el que quiera contar su historia. Se pregunta por qué hay registros de muertos y no de vivos, y yo creo que los registros de los supervivientes a lo que sea son menos porque nunca son definitivos y al final todos nos terminamos por desapuntar. También porque vemos solo a los que se van. Somos enviados de la ausencia, fábricas de melancolía que se lavan los dientes después de comer.
Reconocer a los vivos. Saltar al sol. Postrarnos ante la todopoderosa existencia del hombre. Ayudar a los que se quedan. La idea resulta inspiradora. Saber que se sobrevive al cáncer, contarlo y demostrar lo que debería ser obvio: que todos somos supervientes; súper vivientes. No somos más que eso. Ni menos. Saber que la vida es un rato, ¡pero qué rato! No pretende ser una lección porque Sandra no da lecciones, ni siquiera cuando Juanrra y yo hacemos el loco y nos partimos la crisma en la cara a los toros por esos encierros de dios. Pero la luz está dentro de ella y la transmite en la cuneta de una curva a la que llega el aire mentolado de un bosque lejano de eucaliptos, o mientras la frecuencia cardíaca ametralla el pecho después de una galopada por la playa. El secreto no es solo estar; es saber que se está, comprender que somos una eterna paradoja para la que la conciencia de lo finito despliega dimensiones eternas. Es averiguar que el mejor regalo de la vida es vivirla.
Sandra Ibarra es un ángel. Tiene un mensaje para entregaros y es importante. Escuchadla.
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