Francisco Apaolaza - Opinión
El ruido y el odio
El hecho de meter a los titiriteros a la sombra para luego liberarlos es una muestra de cómo se mueven las cosas en este país
Si viene un tipo de frente por la calle y no ve al que tiene delante y lo derriba, son cosas que pasan. Si lo choca a voluntad con el hombro, aunque el efecto sea menor, la cosa puede terminar en bronca. El diablo no está en los detalles; está en las intenciones. Por ejemplo, si Carmena hubiera vestido a los Reyes Magos de Madrid de muestrario de cortina de ducha y hubiera sido por un puro concepto estético, la cosa habría pasado desapercibida. Lo malo es que la intención consistía en revertir algún tipo de orden establecido e imponer su propia visión del mundo. Así lo apuntó en un tuit Ahora Madrid cuando Gaspar apareció en el aeropuerto de Barajas con ese gracioso aire de helado Frigopié. «Ahora se hacen las cosas a nuestra manera», dijeron, como si en realidad susurraran al oído: «Ahora os vais a joder».
La jodienda es el motor de España desde tiempos inmemoriales, como una vileza congénita que es al tiempo impulso y cojera. Hace un tiempo que Carmena anunció la capitalidad animal de Madrid mal entendida y antitaurina con un programa de actos desarrollados durante San Isidro, que como fecha, es como cualquier otra y, como símbolo, un insulto. Ahora han pasado a escena los famosos titiriteros de Celia Mayer, la concejala de Cultura del Ayuntamiento de Madrid que intoxica más que los bocadillos de tortilla de papas del Grimaldi. (Ya me ha llegado el primer estribillo de una callejera relativo a la salmonelosis a la gaditana: «Es más seguro irte de pastillas, que pedirte una tortilla». Gracias Andrés)
Quizás se equivocaron de público o el público fue el que se equivocó. Quizás con pensar en suspender la representación de la obra hubiera bastado, o con excusarse, o improvisar otra cosa. Tal vez en ese momento se les pasara por la cabeza la oportunidad tan preciada por los españoles de dar por saco al de enfrente y se dijeran que los que se iban a reír con la obra eran, esta vez, ellos mismos.
Lo bueno del revanchismo es que no entiende de colores políticos. El hecho de meter a los titiriteros a la sombra para luego liberarlos es una muestra de cómo se mueven las cosas en este país. Alguien debía entender -más aún los tribunales- que lo que sucede en la ficción no se puede atribuir a la realidad. Al director de ‘La lista de Schindler’ no se le puede procesar por genocidio ni por antisemitismo. Tampoco a Fernando Vallejo por acostarse con los niños asesinos de Medellín, o por escribir en ‘La Virgen de los Sicarios’ esto: «Chorreando desde su frente la bala le tiñó de rojo el blanco de su puta cara». En ese libro que está tan bien escrito, confirmó que creemos que existimos y en realidad somos espejismo de la nada, «un sueño de basuco». Vallejo también pedía en esa novela a los taxistas que bajaran el aparato de música del coche. Creo recordar que el protagonista incluso manda a alguno al cielo. «¿Para qué tanto ruido fuera con todo el ruido que llevamos dentro?», se pregunta. ¿Para qué dejar cuatro días a los titiriteros en la cárcel si cualquier jurista en España sabe que el mal gusto no es delito penal? ¿Por joder? ¿Por hacer ruido? El ruido es el odio. Tenemos demasiado. Callen de una vez.
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