Julio Malo de Molina - ARTÍCULO
Los Reyes Magos
Acabo de leer el breve texto de una gran amiga y excelente periodista en el cual deplora la festividad de Reyes Magos
Acabo de leer el breve texto de una gran amiga y excelente periodista en el cual deplora la festividad de Reyes Magos por el tremendo trajín que para muchas personas supone, más aún para las chicas, elevando así la queja a rango de reivindicación feminista. Comprendo su caso, pues la desviación consumista de tan entrañable fiesta proporciona un tremendo estrés para mujeres que como ella atienden a una extensa nómina de descendientes y demás parientes y afectos. Hoy la chavalería redacta su carta a modo de pedido, con especificación de las marcas comerciales que mejor se anuncian. Recuerdo cuando mi padre defendía la potestad real para decidir sus obsequios, si bien sabíamos que suyo era el poder aunque no fuera monarca sino ingeniero, un secreto bien guardado pues la incredulidad rebajaba la calidad de los presentes. Bien cierto que la sorpresa es cualidad propia de todo regalo sin la cual el mismo se convierte en mero encargo y carece de magia y encanto. Pero así van las cosas y hoy la bicicleta no aparece como inesperado hallazgo, en su lugar los chicos y las chicas desenvuelven la consola o la tableta digital para comprobar que se corresponden a la demanda. Aún así y pese a mis sólidas convicciones republicanas soy partidario fervoroso de nuestros Reyes Magos, la más gozosa fiesta navideña para el niño que afortunadamente aún habita mi memoria. Además así prolongamos la Navidad con relación a esos pueblos bárbaros que no creen en sus sapientes majestades.
Esta celebración tiene su origen en el evangelio canónico de Mateo y otros textos apócrifos. Todos ellos se redactan entre los siglos segundo y tercero de nuestra era, más de cien años después de los hechos que describen. Jesús de Nazaret es para los católicos la encarnación del Dios único, pero además fue un gran pensador que introduce la idea de la redención de las culpas y el perdón de las deudas; no dejó textos escritos y sus prédicas y sus vivencias se recogen mucho más tarde. Mateo nos habla de unos magos o sabios llegados de Oriente, donde habían visto una estrella que les condujo al lugar donde estaba Jesús y allí le adoraron. Recomiendo leer el bello pasaje de Mateo (2-1-12), que entre otras cosas dice: «Después de nacer Jesús en Belén de Judea, en tiempos del rey Herodes, unos magos del Oriente llegaron a Jerusalén…Y habiendo oído al rey, se fueron; y la estrella que habían visto en el oriente iba delante de ellos, hasta que llegó y se detuvo sobre el lugar donde estaba el niño…y abriendo sus tesoros le presentaron obsequios de oro, incienso y mirra». Ya en la Alta Edad Media se les añade cargo real y se fija su número en tres como los regalos que portaban. Se les dio nombres: Melchor, Gaspar y Baltasar; y se los adscribe a razas diferentes: blanco caucásico, semita y negro, respectivamente.
La Adoración de los Magos es un tema amable y vistoso para las artes, y los pintores lo han venido trabajando con primor, desde Giotto en 1315, o Fra Angelico en 1438, aún con tres reyes blancos. Alberto Durero en 1504 pinta ya al negro Baltasar a quien Vasco Fernandes ese mismo año lo hace indoamericano. Siguen: José de Ribera, Zurbarán, Murillo; el estupendo Velázquez de 1619, así como el Rubens de 1624. Así perviven los Reyes Magos, pero más aún en esta fiesta que cierra las Navidades por estos andurriales.