Opinión
¿Rectificar es de sabios?
Ahora sólo falta la cultura del ‘mea culpa’. La honestidad de poder decir ‘nos hemos equivocado
Cualquier excusa es buena para releer a Saramago, más lúcido que nunca –si cabe– después de veinte años. Cualquier excusa es buena para releer, por ejemplo, su magnífico ‘Ensayo sobre la lucidez’ publicado en 2004, cuando éramos un país amedrentado sólo por la amenaza terrorista ... y unido, precisamente, por lo mismo. Tanto hemos cambiado que a este país –disculpe que parafrasee a Alfonso Guerra– no lo reconoce ni la misma historia que lo parió. Recurro al Nobel portugués cada vez que puedo, y cada vez que quiero, porque una palabra suya siempre basta para sanar mis dudas y, sobre todo, para encontrar explicación al surrealismo nuestro de cada día. «Si uno se equivoca, y otro no corrige, el error es de ambos», dice Saramago. Como aforismo no está mal, dirá usted, pero si lo piensa, podría ser el encabezamiento de la ley de la selva que rige la política, las políticas, de este país.
El ‘Ensayo sobre la lucidez» transcurre en medio de un proceso electoral en el que los ciudadanos deciden individualmente ejercer su derecho al voto con resultados inesperados. El voto en blanco mayoritario pone tan nerviosos a los dirigentes que deciden repetir los comicios una semana después temiendo que este gesto revolucionario socave los cimientos de la democracia y, en vez de formular preguntas, se lanzan a buscar respuestas, las que sean, incluso inventadas, con tal de encontrar al culpable: «Es regla invariable del poder que resulta mejor cortar las cabezas antes de que comiencen a pensar, ya que después puede ser demasiado tarde».
Demasiado tarde ha llegado el acuerdo a la desesperada entre Pedro Sánchez y Pablo Iglesias. «Por lo general –escribía Saramago– no prestamos atención a los avisos y después tenemos que aguantarnos con las consecuencias». Lo que no fueron capaces de hacer en seis meses, lo han hecho en cuarenta y ocho horas pagando un precio –económico y moral– muy alto, que no sé si la ciudadanía estará dispuesta a pagar por muy cómodos que sean los plazos establecidos. Ni ellos mismos se lo creen, que ya lo dijo la portavoz adjunta de Adelante Andalucía en el Parlamento Andaluz, «el PSOE es un aliado del que hay que desconfiar». Y si lo piensa una de las partes contratantes, imagine lo que pensamos el resto de los mortales. Un acuerdo de gobierno que no cuenta con los apoyos necesarios para superar la primera votación, pero que intenta subsanar los errores cometidos tras las elecciones del 28A. Segundas partes, ya lo sabe, nunca fueron buenas. Y en este caso, los heridos en la batalla se cuentan por cientos. Nadie ha ganado estas elecciones, ni siquiera los que de manera ufana nos arengan que vienen a salvarnos y nos cubren con una bandera que cada vez tiene más jirones. El resultado no beneficia a nadie, y por mucho que rectifiquen –o intenten rectificar– todo son medias palabras, y «las medias palabras existen para decir lo que las palabras enteras no pueden».
Decíamos que en este país no existe una cultura de la dimisión y esta semana hemos visto que sí. Albert Rivera dimitía de su escaño, de su cargo y de sus cargas. Algo hemos avanzado; ahora solo falta la cultura del ‘mea culpa’. La honestidad de poder decir ‘nos hemos equivocado’ –no hace falta más, que tampoco estamos cazando elefantes en Botsuana-, «lo hemos hecho mal». Y ya está. Siempre he pensado que es más de sabios asumir los fallos que intentar buscar excusas, sobre todo, si esas excusas pasan por echarles la culpa a otros, que es lo que mejor se nos da a todos.
Esta semana nuestro Ayuntamiento se ha equivocado. Una equivocación grande, además. El pasado martes se hacía público que, desde la Delegación Municipal de Educación se invitaba a los colegios públicos de la ciudad a participar de manera activa en la cabalgata de Reyes, para lo que se incorporaban al cortejo tres carrozas tripuladas por niños y niñas de Cádiz. El escrito enviado a los centros públicos era claro, preciso y decía lo que decía, sin dejar mucho espacio a otras interpretaciones, que para esto de la transparencia no hacen falta más alforjas. No entraré a juzgar la intención de la propuesta, si es que la hubo, –en cualquiera de los escenarios me parecería una intención cuestionable–, sino los resultados. Porque al día siguiente, el propio Ayuntamiento tuvo que rectificar ante las acusaciones, por parte de la oposición, de sectarismo, de exclusión y de utilización de uno de los materiales más sensibles que existen, los niños y niñas.
Sin embargo, no dijo el Ayuntamiento que se había equivocado totalmente y que el propio consistorio cuenta con un organismo, el Consejo Escolar Municipal –donde están representados todos los colegios de la ciudad– que no aparecía en el escrito. Tampoco dijo que anulaba la decisión, sino que ampliaba la oferta a quien la solicitara. Lo que sí dijo, y claramente, es que la Junta de Andalucía debería atender las demandas de monitores en los colegios donde son necesarios. Necesarios ahora, y desde hace muchos años, por cierto. Porque quien más ha maltratado a la educación pública es precisamente quien ostenta su titularidad, sea del partido que sea.
Y es que, como decía el gran Saramago «para tirones de orejas y otras correcciones no hay límite de edad». Aunque, a veces, para rectificar, sea demasiado tarde.