Felicidad Rodríguez
De récords
La Real Academia Española define la palabra récord como el mejor resultado en el ejercicio de un deporte o como el resultado, máximo o mínimo, en otras actividades
La Real Academia Española define la palabra récord como el mejor resultado en el ejercicio de un deporte o como el resultado, máximo o mínimo, en otras actividades. Precisamente el Libro Guinness de los récords podría optar, en esta última acepción, a ganar el premio en algunas de las modalidades que integran sus famosos registros; y no sería para menos si tenemos en cuenta que se trata de uno de los libros con derechos de autor más vendidos de toda la historia. Los Guinness World Records, que el pasado año 2015 cumplieron su sexagésimo cumpleaños, surgieron a raíz de una discusión sobre cual era el ave de caza más rápido de Europa.
Y del debate nació la idea de la publicación que, ya en su primera edición de 1955, se hizo con el primer puesto en la lista de ventas del Reino Unido. Desde entonces, la base de datos del Guinness ha ido engordando anualmente con registros variopintos; unos del mayor interés y, otros, la mayoría de las veces, de lo más descabellados. Lo mismo vale registrar el río más caudaloso del planeta como el peso máximo que alguien puede desplazar tirando con la barba, la casa con más luces de navidad o el número de perritos calientes que se pueden ingerir en quince minutos. Incluso hubo un intento argelino de desbancar a los valencianos en la elaboración de la paella más grande del mundo. Resulta difícil comprender el interés de figurar como ganador mundial en muchas de estas hazañas; quizás la vanidad humana no sea una razón menor o, incluso, el deseo de dejar una huella, individual o colectiva, que de algún modo quede registrada en la historia, aún cuando se trate de marcas en cuestiones absurdas.
No obstante, y figuren o no en el Guinness, existen récords que merecen elogiarse y servir de ejemplo y acicate. Por ejemplo, el récord de premios Nobel en instituciones académicas. Harvard, Stanford, el MIT, Berkeley o Cambridge, entre otras, se llevan la palma y, en este caso, el alardear de galardonados no solo alimenta la propia vanidad de la universidad de la que se trate sino que tiene repercusiones directas sobre su reputación y sobre su capacidad de atracción para estudiantes brillantes y la captación de fondos. Así, mientras unas incluyen en sus récords a los premiados vinculados a ellas, otras registran a todo premio Nobel que, en cualquier momento, visitase sus instalaciones. Los Angeles Times denunciaba, hace algunos años, a la Universidad de Chicago porque contabilizaba 72 Nobeles cuando solo 17 de ellos eran miembros de su claustro. De cualquier manera, tener 17 premios Nobel es motivo más que suficiente para vanagloriarse.
Otros récords, sin embargo, poco tienen que ver con la vanidad y tampoco se pueden calificar de ejemplarizantes. Por ejemplo, la capacidad de los gobernantes catalanes para registrar marcas en convocatorias de elecciones y que, con lo visto estos días, ya van para 4 en 5 años. En este caso, el récord tiene más que ver con la irresponsabilidad, la huida hacia delante o el desvío de la atención sobre otros temas. Otros récords, en fin, son más inocuos, simpáticos o inclasificables. Ejemplos de ellos los tenemos en Cádiz, como el afán de entrar en el Guinness por las barbacoas o nuestro registro en colas para adquirir las entradas del Falla.