PEDRO CASTILLA MARIÑÁN - TRIBUNA

Homenaje a la comunidad gallega

Mucha hambre quitó la pesca en Cádiz durante décadas

PEDRO CASTILLA MADRIÑÁN

Hoy, la ciudad de Cádiz y su Consistorio le brindaran un homenaje a la emigración gallega que, durante el pasado siglo, tanto aportó a la ciudad y al litoral gaditano, no sólo por el crucial valor que supuso la industria pesquera, sino por los valores profesionales, sociales y culturales que suscribieron, regalándonos, además, la idiosincrasia culinaria del 'pescaíto frito', que se ha convertido en una de nuestras señas de identidad.

Basta decir que, en la primera centuria de los años 20, la población de gallegos instalados en Cádiz superaba el 17% de la población y de que, cuando se crea Arcomar, en 1923, de los 14 armadores fundadores, 11 eran gallegos. Ellos trajeron sus barcos, la cultura del trabajo abnegado y la tecnología pesquera, que tanto esplendor y progreso conjeturó para la ciudad y el litoral gaditano. Durante más de 50 años, entre 'bous', ‘vacas' y 'parejas', se concentraban más de 200 embarcaciones pesqueras en el muelle de la ciudad. Mucha hambre quitó la pesca durante varias décadas y muchos son los gaditanos que, ansiosos, esperaban el ‘'ranchito' del vecino gallego, al regreso de cada marea.

No es fácil escribir sobre la mar cuando apenas se ha navegado, tampoco es cómodo hablar de la pesca cuando no se ha practicado este bello arte y no se puede redactar sobre la vida en alta mar cuando nunca se ha padecido una tormenta en ella. Todo ello se facilita cuando cualquier neófito se rodea de tres expertos patrones de pesca como son Antonio y Vicente Otero Pérez, y Gaspar Santos Pereira, con cuarenta años de luchas en la mar cada uno, o de grandes armadores como Márquez Veiga, Eladio Rosales, Senabre o José Pereira. Es por ello que tuve la osadía de escribir ‘Soltando Amarras’, como homenaje a la emigración gallega, a la Mar y a la pesca.

Muy dura y arriesgada es la vida en la mar; de la cubierta al camastro y del camastro a la cubierta, el trabajo continuo, la falta de sueño, las rencillas, las enfermedades y los temporales con olas de más de 10 metros, dependiendo la vida de la tripulación de la habilidad del patrón que, situado en el puente de mando y teniendo que afrontar esas grandes masas de aguas que avanzan repetidamente desde lo alto, debe maniobrar con pericia el timón para desafiarla directamente por proa y escalar hasta su espumosa cúspide, labor extremadamente dificultosa ya que el fuerte viento que azota por la amura de babor, le hace desplazar la deriva del barco hacia estribor ofreciendo dramáticamente, en cada caída, su vulnerable costado a la abominable y gigantesca ola que se avecina nuevamente. Sólo dispone de unos segundos para poder rectificar el rumbo y afrontarla de proa, para así continuar jugando con ellas antes que ser engullidos por la primera que les sorprenda, traicioneramente, por su flanco.

Toda esta filosofía del riesgo, la dureza y la claustrofobia de tener que vivir, cada campaña, en un reducido espacio rodeado de mar por todo el perímetro, se expresa en este condensad pareado: «¡Qué bonita es la pesca/ para quien ignora el mar! ¡Qué penosa es la pesca/ para quien vive de la mar!»

Muchos son los gallegos que, ciñendo las velas de sus vidas a los fértiles vientos de la profesión hecha altruismo, han propiciado dejar en la historia gaditana una estela de admiración y reconocimiento. Muchos son los que han tirado por la borda jirones de sus vidas, pero han conseguido levantar muchas redes de bienestar para Cádiz, en torno al mundo de la pesca, de la hostelería, del trabajo y de la cultura. Todos ellos, que, con lágrimas y una mochila repleta de morriña, tuvieron un día que abandonar su patria gallega en busca de mejores vientos de prosperidad, hoy, su patria gaditana los recuerda, les agradece su abnegación y los inmortaliza en la memoria colectiva, como la última invasión cultural, que nada se llevó y tanto nos dejó.

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