Os recibimos con alegría
Ahora resulta que somos un referente en el mundo, «la terapia más pura» y el lugar ideal «para reiniciar tu vida»
![Os recibimos con alegría](https://s3.abcstatics.com/media/opinion/2019/01/20/v/puerto-cadiz-aerea-kKiH--1248x698@abc.jpg)
En cualquier momento tendré que cambiar de referentes, porque los que tengo no solo están envejeciendo a la par mía, sino que, por momentos, se diluyen sin remedio en una memoria que ya no es capaz de contener el paso inexorable del tiempo. Una, que ... pertenece a una generación que todavía mira a sus padres para entender el mundo, en vez de mirar a sus hijos para integrarse en él, tiene siempre la duda de que al otro lado del papel haya alguien que recuerde a Nelly Olleson o que sea capaz de completar aquello de “busque, compare, y si encuentra algo mejor…”. Ya sabe, estamos hechos de imágenes y de palabras, pero esas imágenes se tornan sepia al mismo ritmo que caen en desuso las palabras. Puedo hablar el lenguaje de mis hijos de la misma manera que atino a defenderme en inglés, pero no tengo interiorizado el código de comunicación con lo que -en uno y otro caso- todo resulta artificial y, muchas veces, ridículo. Para que usted se haga una idea, nunca sé en qué contexto utilizar “random” y el otro día me sorprendí buscando en el diccionario la palabra “chihuán”, porque no tenía ni más remota idea de lo que significaba. No se trata solo de una brecha generacional, se trata de otro mundo, otros códigos de conducta y de comportamiento y otras maneras para las que quizá no nos hemos preparado. Medimos el mundo con las reglas estrictas con las que fuimos educados y no nos salen los patrones. Siempre cortamos o doblamos por donde no es, siempre nos faltan o nos sobran centímetros y así no hay quien hilvane el nuevo tejido social.
Y no. No es que tenga entre mis referentes a “Maestros de la costura” -aunque me parezca fascinante, dicho sea de paso-, pero a veces, la respuesta no está entre los retales que acumulamos para los remiendos, sino en las preguntas que formulamos en la esperanza de ser capaces de cogerle la medida al mundo que se nos viene encima. Habrá visto usted, igual que yo -porque en el fondo intentamos dar zancadas para seguirle el paso a la sociedad- la iniciativa #10YearsChallenge que vuelve locos a los adolescentes y jóvenes en las redes. Para ellos, diez años es muchísimo tiempo, tanto como muestran las desafiantes fotos que cuelgan tras las que es fácil decir aquello de “cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia”. Y es que en diez años hemos cambiado, y cómo…
Hace diez años nuestra ciudad se asomaba a las pantallas televisivas solo desde programas como “Callejeros” o similares, para enseñar los desconchones y las mellas desdentadas por las que Cádiz sonreía. Claro que esa imagen enfadaba a los ciudadanos y a los políticos, y claro que sacábamos pecho cuando nos sacaban los colores más allá de Cortadura. ¿Quién va a querer venir a vernos? ¿quién va a venir a invertir a la ciudad más vieja y más achacosa de Occidente? En bata y baldeando la calle no se llega muy lejos, es cierto. Y el horizonte tenía como límite un cartón de bingo caletero por donde respiraba la herida del abandono. “Yo no soy esa” repetía la ciudad que funciona, la ciudad constitucional, la ciudad de los prodigios que enseñaban las humedades a los reporteros “mire usted, mire usted, la pared chorreando”.
Diga que no se acuerda, diga si quiere que nunca vio “Callejeros”, diga, si le parece, que no sabe de qué estoy hablando. Pero es lo que había. Diez años más tarde, sin embargo, la foto es bien distinta. Ahora resulta que somos un referente en el mundo, “la terapia más pura” y el lugar ideal “para reiniciar tu vida”. Un reclamo para turistas, vamos. En los últimos días tres publicaciones internacionales se han ocupado de nosotros para cantar nuestras bondades, nuestro estilo de vida; para alabar nuestra historia y nuestra gastronomía. Y lo recomiendan como un lugar obligatorio en el mundo.
Qué imagen más distinta, ¿verdad? Pues tampoco nos ha gustado. ¡Vaya por Dios! Todo cambia menos el enfado generalizado. Que si ahora van a venir las hordas de extranjeros, que si todo el centro se va a convertir en un gran apartamento turístico -sin papeles, por supuesto-, que si la ciudad se va a poner imposible, que si el pequeño comercio va a desaparecer -por cierto, ¿cuánto tiempo hace que usted mismo dejó de lado al pequeño comercio? - que si la tranquilidad de la ciudad se va a ver alterada… En fin. Que con nosotros no hay quien acierte, quizá porque no hemos cambiado los referentes y preferimos seguir siendo aquellos majos que resistieron el asedio francés, o algo por el estilo.
Pero le diré una cosa, el futuro de nuestra ciudad está diseñándose ahí. De nosotros depende que sepamos vestirlo adecuadamente; o asumimos de donde nos vendrá el auxilio o serán otros los que decidan que “el centro de Cádiz se alza sobre una bahía y data de la época fenicia y morisca”, como señala una web de alojamientos. Nunca como ahora hemos tenido la oportunidad de coger la sartén por el mango.
“Bienvenido Mr. Marshall” era uno de mis referentes De momento, no se ha quedado anticuado, así que mejor será ir ensayando aquello de “os recibimos con alegría”.