Ramón Pérez Montero
Recaudando
Vivimos dentro del torbellino de la ideología neoliberal que ve al Estado como un enemigo
Considero que el Estado, al igual que el castillo de su señor era visto como la última esperanza de protección para el campesino medieval cuando la sangre y el fuego lo obligaba a dejar sus campos, constituye el refugio vital para la parte más numerosa y débil de la población en nuestras sociedades modernas. Por tanto, no enarbolo banderas patrióticas, pero sí que defiendo el concepto de un Estado que ofrezca unas garantías de supervivencia digna al ciudadano de a pie.
Vivimos dentro del torbellino de la ideología neoliberal que ve al Estado como un enemigo, como un ente opresor frente al pleno desarrollo de la libertad humana. La visión neoliberal quiere sustituir, y lo está consiguiendo, al Estado por el Mercado. Se adora al Mercado como un sistema auto regulador que preserva nuestra libertad y da a cada uno lo suyo. La premisa es, pues, demoler hasta su última piedra los muros del Estado. Por mi parte, ya digo, me niego a sumarme a esa labor.
Soy consciente, y lo asumo, del elevado costo del mantenimiento de las estructuras estatales. Soy el primero en sufrir en mi nómina el primer hachazo de esa importante parte de mi sueldo que sólo contemplo cada mes en el signo de una cifra sustraída. Nunca he hecho los cálculos, quizás para mantener callados a los perros de la rabia, pero seguro que, como empleado público, entre esta primera retención y lo que me arranca en diferentes tipos de impuestos, directos e indirectos, vengo a devolver al Estado en torno a un 65-75% de los haberes que me paga. Pero ya digo que lo asumo. Quiero vivir en un país con buenos sistemas de comunicación, escuelas y hospitales. Quiero contar con una mínima seguridad económica a partir del momento en que me jubile.
Así que, aun sin alegría, me alisto en las filas del Estado frente a los que quieren vendernos la moto de esa falsa libertad que nos brinda el Mercado. La libertad no es algo que te venga dado desde fuera, sino que es un logro personal que has de conquistar dentro de ti mismo. Lo demás son zarandajas. Todo esto no me impide constatar y denunciar que nuestro Estado presenta los síntomas patológicos de la voracidad insaciable. Por un lado, como efecto de la larga podredumbre de la crisis económica, por otro de la pésima gestión de los gestores políticos que han oscilado de los delirios faraónicos al impúdico latrocinio.
Este mes me ha tocado ir a la ITV. La ITV es una especie de paripé técnico al que someten a tu vehículo con el único propósito de rasparte un buen puñado de euros con el IVA correspondiente. Existe un acuerdo tácito entre el usuario y los que se reparten los beneficios del invento en que no se les debe hacer sangre a quienes entran en el túnel tras pasar por ventanilla. Si esto contribuye a mantener un parque automovilístico en condiciones y a evitar accidentes que el encargado del asunto baje del cielo y lo vea. Otra forma de satisfacer la bulimia estatal son los radares. Colocados en lugares estratégicos te cascan 100 euros por sobrepasar en siete kilómetros el límite de velocidad establecido a 60. Y todavía tienes que estar agradecido de que no te quiten puntos por semejante tropelía y te lo rebajen a la mitad si antes de veinte días haces efectivo el pago de la sanción.