Enseñanzas

«El virus ha establecido en el planeta una igualdad social que solo un novelista visionario hubiese llegado a imaginar»

Ambulancias trasladando a los ancianos de Alcalá del Valle Sergio Rodríguez

No hay mal que por bien no venga, dice la sabiduría popular. No hay libro malo que no contenga algo bueno, dejó escrito el filósofo. Hasta del Covid 19 podemos aprender algo si dejamos de verlo como nuestro enemigo mortal y lo interpretamos como un ... signo que nos avisa sobre nuestro rumbo social. Desde nuestra obligada clausura, aislados, temerosos, con nuestra conciencia aliviada por esa misma imposición mientras muchos congéneres están en primera línea del frente de batalla, debemos al menos reflexionar sobre los beneficios del virus al tiempo que tratamos de no convertirnos en eslabones de su cadena invisible.

Huyamos de proclamas escatológicas, de culpas y de castigos divinos, de finales del mundo al más puro estilo medieval. Reconozcamos que Coronavirus ha conseguido en unos meses lo que ni ejércitos ni movimientos de protesta pudieron lograr. Ha parado guerras y manifestaciones , ha hecho caer los castillos de naipes de las bolsas y socavado los precios del barril de crudo, ha rebajado el consumo de carburantes y los índices de contaminación, ha logrado aplazar el pago de los impuestos e incluso parece que va a hacer realidad la utopía de ajustarles el sueldo a los futbolistas.

Nos ha regalado tanto tiempo que no sabemos qué hacer con él, y nos no queda otra que emplearlo en estar junto a los hijos, grabar vídeos ocurrentes y felicitarnos mutuamente de terraza a terraza en una dudosa demostración de fraternidad humana. A los niños los está enseñando a convivir en familia , y para los mayores el trabajo ya no es la prioridad. Nos está demostrando que los viajes, las vacaciones y el ocio en general han dejado de tener el prestigioso barniz del éxito social. Nos está haciendo comprender el significado profundo del aislamiento y la vulnerabilidad.

Nos está haciendo ver que, ricos y pobres, remamos todos en la misma galera, que independientemente del color de nuestra piel, nuestra carne es igual de apetitosa para el virus. Y empezamos a descubrir que las estanterías de los supermercados se quedan vacías al tiempo que se van llenando los hospitales. Desentrañamos entonces el escaso valor del dinero y el nulo significado del Mercedes encerrado en el garaje. En cuestión de meses el virus ha establecido en el planeta una igualdad social que solo un novelista visionario hubiese llegado a imaginar.

El miedo que solía vivir en casa de los pobres, también ha entrado en las mansiones. Parece haber borrado de nuestras cabezas las excursiones a otros planetas y los proyectos genéticos de inmortalidad. El virus nos está mostrando los límites de nuestra inteligencia y del poder de nuestra tecnología. En solo unos días todas nuestras certezas se convirtieron en incertidumbres , todas nuestras fuerzas se volvieron debilidad, todos nuestros sueños convertidos en patrañas, toda nuestra prestancia humana devuelta al polvo que realmente nos conforma. Nos ha hecho «sentir profundamente que no somos nada o que no somos nadie y no decirlo a la ligera», como me transmite desde Atenas mi amigo Kostas Vrachnos, teólogo y poeta.

Coronavirus nos enseña que nuestro mundo no tiene por qué ser necesariamente como es, ni resultaría imposible que fuera de otro modo. La lógica, desde Aristóteles hasta Leibniz, llamó contingencia a este modo de ser de las cosas. Coronavirus nos enseña que vivimos en un mundo contingente . La duda que ahora nos queda es si, una vez que pase, estas enseñanzas de diluirán en nuestra memoria hasta recobrar nuestra anterior forma acelerada de vivir o si ya todo será por completo diferente.

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