OPINIÓN
Coronavirus
«Del coronavirus, más que de la propia mortandad que pueda causar la enfermedad, tenemos que preocuparnos de sus daños colaterales», por Ramón Pérez
La construcción de la sociedad mundial avanza. Y consideramos que esta es una de las más claras manifestaciones de eso que hemos venido a llamar progreso. Pero ese camino hacia la globalidad supone un terrible aumento de la complejidad social . Y cuanto más ... complejo se hace el cotarro, mayores son los problemas que se le presentan y más poderosos sus enemigos.
Por si el incremento de la población mundial, gracias a los desarrollos tecnológicos, y el deterioro medioambiental correspondiente no fueran ya de por sí temibles desafíos para pasado mañana, ahora se presenta este otro que amenaza con convertirse en pandemia. A sociedad global, epidemia global . Estamos, pues, viviendo la paradoja de la ventaja que constituye en sí misma una amenaza. Del coronavirus, más que de la propia mortandad que pueda causar la enfermedad, tenemos que preocuparnos de sus daños colaterales. Es decir, de en qué medida un problema sanitario afecta a los pilares del edificio común, principalmente a los de economía, la política y los medios de comunicación de masas.
Todos los gobiernos del mundo caminan ahora por el alambre de intentar mantener calmado al personal tratando el asunto como si todo estuviera bajo control , pero sabiendo que se la juegan si el dichoso virus comienza a ganarles la partida por no decretar con la debida antelación la alarma y desplegar, con tiempo, una serie de medidas de excepción que ofreciera la debida protección en caso de que el bichito ataque con especial virulencia.
La industria y el comercio, por su parte, que se valen de los circuitos planetarios para la producción y distribución de las mercancías, están comenzando a sentir ya los efectos de la arteriosclerosis que supone la caída en los rendimientos en las fábricas y la consiguiente parálisis en los mecanismos de reparto. La psicosis que pueden desencadenar la falta de suministros en tiendas y supermercados, los procesos de aislamiento por mor de las cuarentenas en grandes núcleos de población y la demanda masiva de atención por parte de pacientes sintomáticos a unos centros hospitalarios ya de por sí deficientes, es como para echarse a temblar. Los daños que pueden sufrir otros tipos de industria, como el turismo en nuestra economía patria, y el colapso que supondría la prohibición de circulación internacional para las personas nos instalarían en un escenario de pesadilla.
Los medios masivos de comunicación, por su parte, han encontrado su filón informativo en el problema. El coronavirus, periodísticamente hablando, vende . Y ahora nos encontramos en ese otro dilema de cómo equilibrar la libertad de expresión con la prudente limitación de las interesadas voces de alarmismo. En China, origen del brote, se amordaza a toda costa la propagación de la verdad, con lo que se frena la de la psicosis colectiva. En nuestro mundo libre, bajo el eslogan de que solo la información veraz e inmediata podrá contribuir eficazmente en el combate contra los focos epidémicos, los medios de comunicación, viendo en el problema la posibilidad de reequilibrar sus balances financieros, cooperan en el diseño de un escenario propio del mejor cine catastrofista. Están comenzando a presentarnos como la peste del siglo XXI a un contagio que, en términos estadísticos, quizás no sea más grave que una agresiva variante de la gripe.
Pero no hay mal que por bien no venga. Aseguran que las emisiones de CO2 en China se han reducido en una cuarta parte durante las dos últimas semanas. Buena noticia para la salud ecológica del planeta .
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