Adolfo Vigo del Pino

Un ramito de hierbabuena

Ayer se nos fue una de las voces del concurso del Carnaval gaditano. Me estoy refiriendo a María del Carmen Llovet Muñoz, más conocida por todos como ‘María la Hierbabuena’

Adolfo Vigo del Pino

Ayer se nos fue una de las voces del concurso del Carnaval gaditano. No es que saliera en ninguna agrupación, ni nunca pisó las tablas del Gran Teatro Falla para defender las letras de ningún autor, pero su voz ha resonado en multitud de ocasiones entre las paredes del coliseo gaditano. Me estoy refiriendo a María del Carmen Llovet Muñoz, más conocida por todos como ‘María la Hierbabuena’.

Como no podía ser de otra manera, se ha ido durante el Concurso, ese mismo al que le dio sabor durante muchos años con su hierbabuena y que se agitaba cada vez que María pronunciaba su famoso «ole, ole».

Y es que María sabía que sus gritos podían hacer calmarse a ese comparsista que nervioso empezaba su actuación, a ese chirigotero que tenía que hacer gala de su gracia o a ese corista que buscaba el palco de María para que refrendara sus letras con su famosa hierbabuena.

Incluso, templaba la situación ante los gritos de fanáticos que sin importarles el respeto a los demás aficionados pretendían ganar su minuto de gloria. Minuto que en cada sesión solo estaba reservado para María, para nuestra María, para María la Hierbabuena. Ayer resonó su grito entre los ladrillos colorados del Falla como homenaje a una persona que conocía la fiesta, no iba a ser menos María que David Bowie, y el Falla guardó un minuto de silencio. Su palco, su asiento, ese que este año los achaques ya no le dejaron ocupar, quedará huérfano ante la ausencia de María. Desde ayer, el Falla dejará de oler a hierbabuena, y las coplas del Carnaval se vestirán de luto.

Las paredes del coliseo gaditano no volverán a retumbar con sus palabras, y el eco se quedará mudo ante la ausencia de aquella, que durante muchos años, coreó el estribillo de la chirigota isleña ‘Los Zipi Zape’, que vinieran al concurso en el año 1971.

María, con más o menos acierto a la hora de gritarlo, sabía levantar el calor de un público que poblaba los asientos del Falla y que en muchas ocasiones era la mecha que encendía los ánimos y diferenciaba una sesión fría de un momento mágico del Concurso. A día de hoy, sigo prefiriendo escuchar ese «ole, ole» que los gritos que en la actualidad se escuchan desde algunos rincones del Gran Teatro Falla, esos pregones chillados, o esas exaltaciones de «gaditanismo» que lo único que consiguen, en numerosas ocasiones, es que el resto de los asistentes se mofen del que grita o que interrumpan el momento de éxtasis que se crea durante la interpretación de alguna de las letras entre la agrupación y el público. Seguro que en lo que queda de certamen se le dedicarán algunas letras de las agrupaciones, ya que los autores son rápidos para eso, incluso alguna nos hará soltar alguna lágrima recordando a María. Pero el mejor homenaje que se le podría hacer es el de no olvidar nunca cómo se anima a las agrupaciones sin tener que caer en los gritos zafios y maleducados.

Es por eso, que hoy, desde este artículo te dedico tu famoso grito, y es que «ole, ole mi Cádiz y lo digo a boca llena y al que no diga ole, que se le seque la hierbabuena».

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