OPINIÓN
Quizá convendría sentarse ya a negociar
«Es una imprudencia que aquí mantengamos la inestabilidad política que dura desde finales de 2015»
Cada vez son más potentes los síntomas de una desaceleración económica global, que desde luego nos afectaría seriamente. Es cierto -se ha recordado al producirse los malos augurios- que los economistas nunca atinan al presagiar las grandes inflexiones del ciclo económico (el propio FMI acaba ... de publicar un informe, referido a 62 países durante 22 años, que acredita la insolvencia de los expertos en la predicción de las recesiones), pero hay esta vez algunos indicios inequívocos, que son la consecuencia de observaciones objetivas y que por lo tanto no resultan demasiado dudosos. En efecto, no hay duda de que las tensiones a las que se está sometiendo el comercio mundial y que tienen su principal foco en el enfrentamiento entre los Estados Unidos y China reducirán los intercambios y afectarán negativamente a la economía globalizada. Y tampoco merece gran escepticismo la evidencia de que la industria automovilística mundial, que representa una parte relevante del PIB de muchos países, está entrando en una reestructuración de la que saldrá totalmente cambiada, adelgazada y probablemente reducida a una fracción de lo que fue, una vez que desaparezca el complejo motor de explosión y se afiance la tendencia a compartir el vehículo privado en las ciudades.
Quiere decirse, en fin, que es una imprudencia que aquí mantengamos la inestabilidad política que dura desde finales de 2015, que mantiene paralizado al poder legislativo desde entonces, que nos priva de disponer de unos presupuestos acomodados a la coyuntura, que impide reformar determinadas normas de las que depende el sostenimiento del sector publico -la financiación autonómica ha de ser revisada y mientras tanto produce innecesarias frustraciones, inequidades y desatenciones-, que, en definitiva, impide a la superestructura política actuar de motor dinamizador de las estructuras económica y social.
Pues bien: la opinión pública ve con estupor el conformismo de la clase política tras el fracaso de la reciente investidura del candidato que la pretendía, como líder del partido más votado en las elecciones del 28 de abril. Han transcurrido cuatro meses desde aquellas elecciones y el plazo en que es posible formar gobierno concluye el 23 de septiembre, de manera que si para no entonces no hay un presidente del Gobierno, podremos dar por perdido el segundo semestre del año ya que las próximas elecciones generales serán el 11 de noviembre. Es probable que muchos ciudadanos se indignen al asistir a esta falta de eficiencia de una clase política que no es capaz de aplicar el mandato recibido de las urnas. ¿O acaso alguien se atreverá a decir que la culpa es nuestra, de los electores, al tomar una decisión inaplicable?
Bajemos de lo abstracto a lo concreto: la pasada investidura de Sánchez fracasó, básicamente, porque Unidas Podemos no le dio su apoyo ya que consideraba insuficiente la contrapartida de una vicepresidencia y tres ministerios, a su criterio carentes de contenido. Tras aquel naufragio, Pedro Sánchez ha manifestado con contundencia que ya no explorará más la posibilidad de una coalición, por falta de confianza en Unidas Podemos, de forma que la única posibilidad de acuerdo es un pacto de legislatura 'a la portuguesa' (gobierno del PSOE con apoyo parlamentario de sus aliados basado en un pacto programático). Pero el líder de UP insiste en que no hay otra fórmula aceptable para él que la coalición, para lo cual ha ofrecido cuatro opciones alternativas, todas ellas basadas en una vicepresidencia social y en tres departamentos ministeriales, al parece ahora con suficiente contenido.
Si no varían las posiciones, el acuerdo es imposible. El Rey constitucional no puede mediar, ni efectuar cualquier propuesta que no sea la de un candidato a la investidura si lo encuentra (si alguno puede acreditar razonablemente disponer de los apoyos necesarios). La pelota está en el tejado de los partidos, y la sociedad civil tiene que exigir una negociación inmediata, transparente, pública y sin demora que al menos permita a cada cual efectuar su propio diagnóstico y tomar, llegado el caso, sus propias decisiones en las urnas. La indolencia de estas semanas de canícula y parálisis no es soportable.
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