HOJA ROJA
Me lo quitan de las manos
Y luego está ella. Ella que se va a los mercadillos y a las ventas de carretera, la que nos cuida y nos protege y nos mira con sus ojos misericordiosos
hora sí, ahora es cuando por fin ha venido el lobo, aunque Pedro llevaba anunciándolo desde hace ¿cuánto? ¿se acuerda usted? Ahora es cuando ha comenzado la campaña electoral, y ahora es cuando empiezan a llegar «los furgones de la farándula» que decía García Márquez, ... cuando llegan «los camiones con los indios de alquiler que llevaban por los pueblos para completar las multitudes de los actos públicos» –cada vez leo al Nobel colombiano con más veneración– y es cuando llega el Conseguidor con su chistera de los deseos y empieza a sacar conejos. Tan poco dura la campaña, que los fuegos artificiales y los exornos florales llegaron ya hace tiempo, pero es justo en estos días en los que la comisión de Bienvenido Mr. Marshall dice lo de la fuente de los chorritos, usted ya sabe por dónde voy.
El pasado miércoles, se hacían públicas las declaraciones de actividades, bienes e intereses de los candidatos a la presidencia de la Junta de Andalucía. A la vista de los datos, la presidenta –con sus hospitales, sus colegios y sus cosas– no tiene ni para poner un puchero; 80, 69 euros declaraba Susana Díaz en su cuenta corriente sin haber llegado aún a fin de mes. Una de dos, o es mala administradora –lo que dice poco en su favor político– o no guarda el dinero en los bancos –lo que da qué pensar, también–. El caso es que con estos pocos mimbres, presenta sus credenciales. Mimbres que tampoco son muchos en el caso de los otros candidatos, Juanma –esta familiaridad me crispa– Moreno tiene algo más de 9.000 euros, Juan Marín casi 7.500 euros y Teresa Rodríguez ronda los 4.500 euros. Muy bien, dirá usted, son gente casi como nosotros, sin grandes fortunas ni muchas propiedades, lo que en principio, los libra de ciertas sospechas, aunque en el fondo todos sabemos que no es más que «una fachada de cartón con casas fingidas» como la del senador Onésimo Sánchez.
Y es que la realidad cuando supera a la ficción, se hace literatura. Porque literatura es lo que le están echando a esta campaña barata, de tienda de «todo a cien», en la que todos juegan con las cartas marcadas. El Partido Popular sabe que lo tiene muy difícil en esta Andalucía imparable, siempre lo tuvo difícil, pero el último barómetro del CIS publicado cuarenta y ocho horas antes del inicio de la campaña lo dejaba en evidencia. Bajando en votos, con la peor valoración de todos los candidatos y con la sospecha, más que evidente, de que el «divide y vencerás» de una derecha fragmentada –divide y perderás, en este caso– le va a pasar una factura demasiado alta. Tampoco las izquierdas más de izquierdas tienen un panorama demasiado halagüeño, aunque es cierto que sus candidaturas son, al menos, más apreciadas por los encuestados. Claro que como usted está pensando ahora mismo, puede darse el caso de que los encuestados estén mintiendo, tanto o más de lo que están mintiendo los políticos. Porque al final, concebimos «la fiesta de la democracia» como una gran mentira. Usted diga lo que quiera, que al final yo votaré lo de siempre. Y así no hay quien cambie, la verdad.
Y mientras Ciudadanos –la donna è mobile, con todos mis respetos– se contenta con la esperanza de ser la segunda fuerza más votada y con acariciar la llave del gobierno –las declaraciones de Juan Marín, impagables–, el Partido Popular promete 600.000 empleos y la bajada de impuestos, la equiparación salarial de médicos y profesores de la concertada, la reducción de las listas de espera en la sanidad pública, cuota cero para los nuevos autónomos, 20.000 viviendas para jóvenes, guarderías gratuitas y dos huevos duros. Total, dirán ellos, para las perspectivas que tenemos, podemos prometer y prometemos la luna, si fuese preciso. Como el senador de García Márquez, «Prometió las máquinas de llover, los criaderos portátiles de animales de mesa, los aceites de la felicidad que harían crecer legumbres en el caliche y colgajos de trinitarias en las ventanas».
Y luego está ella. Ella que se va a los mercadillos y a las ventas de carretera, la que nos cuida y nos protege y nos mira con esos sus ojos misericordiosos; y nos habla en nuestro mismo idioma. No preocuparse más, hijos míos, que «el Gobierno de Andalucía pondrá los libros de tres a seis años, gratis en todos los colegios», que esto no es un gasto, que es inversión, y que las criaturitas «han de escribir y pintar en ellos, con lo que ya no sirven para el hermano pequeño y a veces hay que tirar de la pensión del abuelo». Qué grande, Susana. Mirando por tus niños y por tus abuelos y obviando el estado en el que nuestros hijos reciben los libros años tras año gracias al programa de gratuidad de libros de texto.
Pero es gratis, dirá usted. Tan gratis como los comedores, las aulas matinales, y casi tanto como la Universidad, que en Andalucía cuesta siete euros. Porque para ella la educación es «bandera y orgullo». No se sabe bien de qué, pero eso dice que es. Y lo dice arengando, vociferando, pregonando, para que no quede un andaluz que no se entere de que Susana Díaz es nuestra madre.
Está divertida la campaña. Y entretenida. La única pega es que los capítulos de esta temporada ya los habíamos visto. A ver si ruedan pronto la siguiente y tenemos algo de qué hablar.