Los puertos y las playas

¿Existe una política clara de cómo, cuánto y cuándo tienen que dragarse los puertos?

Gregorio Gómez Pina

En mi artículo anterior dejé en el aire varias preguntas, y me comprometí a darles algunas respuestas, algo que me temo no voy a poder responder de un tirón ahora, pues cuando se habla de cualquier asunto de las playas desde un periódico, uno tiene que medir muy bien todo lo que dice. Esto sucede porque pienso que en general, los problemas de las playas se abordan con ideas preconcebidas y, en ocasiones, con poco fundamento científico. Las opiniones que se vierten, por la variedad de personas que de una forma u otra son usuarios de las playas, van mucho más allá que las que se podrían decir de otras obras de la ingeniería civil. Quizás sea debido a que el mar es algo que tenemos muy cerca y parece que su comportamiento sea algo entendible y sencillo, sobre todo para alguien que lo ve y que lo siente casi todos los días. Así, cuando alguna de nuestras playas se erosiona, uno puede oír frases de este estilo: «Eso se arreglaba con espigones». En el año 1989, viví una de las huelgas generales más singulares de mi vida, en Torremolinos, porque el pueblo entero salió a la calle en contra del entonces Ministerio de Obras Públicas y Urbanismo (el conocido como MOPU), para que se colocaran ‘escolleras’ cuando «desapareció» la playa de La Carihuela. «Torremolinos cierra y se manifiesta a favor de las escolleras»— decía uno de los titulares.

Voy a comenzar explicándoles, de una forma sencilla, cómo se mueve la arena a lo largo de la costa, para que así entiendan por qué se erosionan nuestras playas, para finalmente analizar qué sucede cuando se construyen los puertos, a todas vistas necesarios para el desarrollo económico y social, ya desde muy antiguo, antes de que existiera el turismo.

La playa es un río de arena: El símil mejor para entender una playa es el de visualizarla como «un río de arena», título de un documental muy antiguo del Profesor Inman, obligado de ver y resumir para cualquiera de mis alumnos. Las arenas llegan a la costa por los ríos que allí desembocan y fluyen a lo largo de ésta, por las corrientes que genera el oleaje. Éste, que puede venir de diferentes direcciones en altamar, al final termina colocándose bastante paralelo a la costa, para acabar rompiendo, cuando su altura es sensiblemente igual a la profundidad del agua. La franja que hay entre la zona de rompientes y la playa es lo que se conoce como «zona de rotura» o «zona surf», y ni qué decir tiene, que es donde se sitúan nuestros surfistas. Al romper el oleaje, sin embargo, lo hace formando un pequeño ángulo, que es el responsable principal de que se forme una corriente paralela a la costa, a modo de río, que habrán notado Ustedes cuando se dan un chapuzón, porque al cabo de un rato acaban saliendo bien lejos de donde habían colocado su sombrilla. Esa corriente se llama ‘corriente litoral’, y cuanto más grande sea la ola al romper, mayor será su velocidad. Curiosamente, fuera de esa zona, apenas existe esa corriente.

La ‘corriente litoral’ es capaz de transportar los granitos de arena que existan, como si de un río se tratara. Así, por ejemplo, si estamos en la playa de La Victoria, en la ciudad de Cádiz, cuando soplen los ponientes, que son los de mayor energía, transportarán la arena hacia la playa de Camposoto. Por el contrario, cuando se cambie a levante, el sentido será el inverso, hacia el Castillo de San Sebastián, y transportará mucho menos sedimento. En un año medio, el transporte de arena neto será hacia Camposoto, con unas cifras del orden de unos 30.000 a 50.000 m3/año. ¡Ah!, y se me olvidaba; también es capaz de transportar la porquería que se eche en el mar. Por eso los colectores de fecales y también los de pluviales deben de desaguar fuera de la zona de rompientes (fíjense ahora, y lo mismo se llevan una no muy agradable sorpresa, si pasean por algunas de nuestras playas). De manera que, parafraseando al filósofo griego Heráclito, nadie puede bañarse dos veces en la misma playa, porque aunque aparentemente la playa sea la misma, el agua que discurre por el río de arena, la arena, y la propia persona han cambiado con el paso del tiempo.

¿Y qué tiene que ver todo esto con la erosión de la costa?—pueden pensar. Pues si los ríos y arroyos ya aportan menos sedimento a la costa, ese «río de arena» que fluye paralelo a la playa, transportará menos cantidad de arena y la costa empezará a resentirse. Piensen, por ejemplo, en el Guadalquivir, en sus obras de regulación, y en la disminución de sedimentos que desembocaban en su broa, y que se ponían a disposición de los oleajes para ser transportados.

Los puertos bloquean ese transporte de arena muy frecuentemente

Pero sobre todo piensen en los numerosos puertos que se han construido: Puerto Pesquero y Puerto de la Base Naval de Rota, Puerto de Conil, Puerto de Barbate…Todos esos puertos bloquean —total o parcialmente— ese río de arena con sus grandes diques, y por tanto disminuyen la cantidad de arena que deberían recibir nuestras playas. ¿Cómo reaccionan éstas, entonces?: Pues retrocediendo, para intentar captar la arena que les falta. ¿De dónde?: Pues de la parte de atrás de las playas, de las dunas. ¿Y si ya no hay dunas porque se ha edificado en ellas? Pues de la arena que haya disponible, erosionándose cada vez más la costa, alejándose de su posición de equilibrio. ¿Me quiere decir entonces, que la costa aguas abajo del espigón sur de la Base Naval de Rota hasta Puerto Sherry no recibe arena, y por tanto está en erosión? —podría preguntarme alguien que viva en El Puerto de Santa María—. Pues me temo que sí; y además como parte de las dunas que existían han sido ocupadas por las edificaciones, pues..., lo que les contaba antes. Y entonces, ¿qué se puede hacer? Espero que no me digan lo de los vecinos de Torremolinos: «Colocar escolleras», pues sería señal de que yo me he explicado muy mal.

Algunas soluciones. Pues una ‘solución’ (no planteable, al menos por mí), sería la de quitar todos los puertos aguas arriba hasta la desembocadura del Guadalquivir, obviamente inadmisible por las consecuencias socioeconómicas. La otra –con matizaciones técnicas que se escapan de este artículo– sería la de aportar arena a esa unidad de costa deficitaria, para que ésta fluya con su ritmo natural.

Pero eso pasa también, por ejemplo, en el Puerto de Conil, construido precisamente en la desembocadura del río Roche. El dique de abrigo principal de dicho puerto interrumpe parte de ese río de arena que transportan los oleajes principales de poniente, acumulándose a lo largo del dique, hasta que sobrepasa la bocana, formando una barra, que los oleajes de levante acaban introduciendo en la entrada del puerto, convirtiendo su entrada y salida en muy peligrosa para los pescadores. Resultan muy razonables, por tanto, las demandas de los pescadores del Puerto de Conil –si lo tomamos como ejemplo– de que se drague su bocana y canal de entrada. Esa arena, deberá, obligatoriamente aportarse ‘aguas abajo’ del puerto para que fluya al ritmo que marque la Naturaleza, y restituya el caudal de arena que falta en las playas de Fuente del Gallo, la Fontanilla y otras, que se encuentran en clara erosión por el bloqueo del Puerto de Conil. No basta, por tanto, con satisfacer sólo las demandas del sector pesquero, y dragar ‘in extremis’ cuando ya no pueden entrar y salir del puerto, sino que las Autoridades Portuarias competentes deben pensar en el daño que se está produciendo en las playas al otro lado del puerto.

Dejo varias preguntas importantes en el aire: ¿Existe una política clara de cómo, cuánto y cuándo tienen que dragarse los puertos? Pero no sólo respondiendo a la demanda razonable de los pescadores, sino también a la de otros usuarios de la zona costera, incluyendo a los que pretendemos que nuestras playas conserven su equilibrio —ya de por sí muy mermado—. ¿Existe un presupuesto de mantenimiento que tenga todo esto en cuenta? ¿O sólo se actúa cuando la situación está al límite, y posiblemente las elecciones cercanas? Si me lo permiten de nuevo, y no les aburro, continuaremos hablando…

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