El premio gordo
Están todas las bolas dentro y puede salir cualquier número. Dicen que decide la suerte o la estadística
En días como el de hoy me alegro mucho de haber tenido una educación “Pollyanna”, basada en el “glad game” –que traducido resulta una ñoñería muy grande- y en una resignación cristiana muy naïf. “Pollyanna”, por si usted no se acuerda, era una ... novela insoportable de Eleanor H. Porter que tuvo un éxito sin precedentes alimentado por el optimismo exagerado de su protagonista, la pequeña huérfana a la que todo le parecía bien, pionera en hacer de sus debilidades, virtudes, y que, en el colmo de los colmos de la empachera optimista, hizo una fiesta a la muleta que dejó Santa Claus bajo el árbol -en vez de la muñeca que había pedido- simplemente porque no la necesitaba. Las monjas nos hacían leer año tras año la novelita para extraer siempre la misma conclusión: el que no se consuela es porque no quiere.
Hasta la psicología, empeñada en normalizarlo todo, utilizó su nombre para definir ese extraño comportamiento por el que las personas, “siendo plenamente conscientes de que en la vida hay hechos y realidades negativas, eligen focalizarse solo en lo positivo”. Ya ve, el síndrome de Pollyanna.
Por eso, en días como el de hoy, después de comprobar que ninguno de mis décimos de lotería ha sido agraciado ni siquiera con la terminación, saco mi lado más Pollyanna “ el juego consiste en encontrar algo por lo que estar siempre contento ”, que decía ella, y me digo aquello de que la salud es lo importante, me imagino que el gordo le habrá tocado a alguien que lo necesita más que yo, miro a mi alrededor y pienso lo afortunada que soy… y ¡paparruchas!, porque, en el fondo, a estas horas, lo que me gustaría es estar brindando con cualquier cosa y saliendo en el Telediario contando la de boquetes que voy a tapar con el premio. Como a usted, para qué vamos a decir otra cosa.
Así que aprovecharé la inercia y el efecto anestésico de la cantinela de los niños de San Ildefonso para decirle una cosa. Me encanta Dickens y me encanta “Cuento de Navidad” , y rodeada de los fantasmas de las navidades pasadas y presentes, quiero mirar con buenos ojos y con esperanza –no mucha, no se confíe- al fantasma de la Navidad futura. Porque verá, por los fantasmas sabemos de dónde venimos, sabemos incluso donde estamos, pero hasta el momento, ninguno ha sido capaz de decirnos donde estaremos cuando de la vuelta el bombo.
Están todas las bolas dentro y puede salir cualquier número. Dicen que decide la suerte o la estadística. A nosotros, ya ve, nos sirvió de poco llevar tantas papeletas a las urnas en el año que acaba . No fue la suerte, ni la estadística la que nos trajo hasta aquí. Sin gobierno, sin presupuestos, sin trabajo, sin vivienda, sin escrúpulos, sin vergüenza, sin nada; solo con lo que tenemos entre las manos, que no es poco, la suerte de parar el contador y dejar que sea la Navidad la que nos guíe los pasos.
No se trata de resignarnos, sino de reasignarnos y de no permitir que otros decidan más por nosotros, que nadie se atribuya el derecho a amargarnos los únicos días que el almanaque nos da de tregua para ser lo que queremos ser. Y no, no crea que me está afectando en demasía el síndrome de Pollyanna; simplemente, déjese llevar.
Los fantasmas del pasado aún tienen cara de niños y juegan alrededor de la mesa, ajenos a las conversaciones de cuñados y otras especies. Mírelos, con su lengua de trapo aún quieren seguir cantando que hacia belén va una burra. No saben aún que el mundo es mucho más oscuro que la noche de Reyes, ni tampoco saben que la felicidad se puede pagar a plazos pero con un interés que siempre es demasiado alto. Tampoco saben lo triste que es despedir para siempre a los que más queremos, y la de huecos vacíos que se quedan en la mesa, y el frío que deja su ausencia.
Mire ahora a los fantasmas del presente. Vienen pisando fuerte y mirando por encima del hombro . Para ellos todo está sobrevalorado; el consumismo, la felicidad impostada, la familia, las cabezas de las gambas con cadmio, las luces, el “cuñadismo”… y están deseando que todo pase para volver a hablar del gobierno; son la versión más cuidada de Ebenezer Scrooge. No les haga caso. Solo intentan distraernos -con sus pantomimas y con sus sombras- de lo que realmente importa.
Porque lo importante existe, nunca lo ponga en duda. Y el bombo sigue dando vueltas; lo mismo el premio lo tiene más cerca de lo que parece. No cuente a los que ya no están, sino a los que quedan y a los que vendrán. Empiece esa conversación que tiene pendiente y no tenga miedo. Salude a esa persona con la que se cruza todos los días bajando la cabeza . Sonría y note como los músculos de cara sirven para relajar el cuerpo. Conteste a todos los mensajes que dejó leídos. Empínese para besar a sus hijos. Pase por alto las malas contestaciones y los malos modos. Descuelgue el teléfono y haga esa llamada que debió hacer hace mucho tiempo. Riegue las plantas y ordene los cojines del sofá. Abrace fuerte a los suyos y cierre los ojos.
Ahí lo tiene. Es Navidad. Sea feliz, usted elige el premio.
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