Hoja Roja

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Infrautilizado, abandonado, el mirador Entrecatedrales se presenta como sombra de lo que pudo haber sido y no fue

Entrecatedrales
Yolanda Vallejo

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Como si fuese uno de esos juegos adolescentes de expectativa y realidad, eso de «cuando lo pides en Aliexpress / cuando lo recibes», el mirador Entrecatedrales lleva desafiando al tiempo y al espacio desde 2009. Primo hermano y contemporáneo de otros mamarrachos construidos en nuestra ciudad, tiene la ventaja de estar ubicado en uno de los sitios más hermosos de la ciudad, pero sufre, igual que el polideportivo del centro histórico –con históricas goteras– o el de Astilleros –inaugurado tantas veces que se desconoce la fecha exacta de su nacimiento–, o el Teatro del Títere –al que tuvieron que cambiar el recubrimiento de fachada en más de una ocasión antes de su apertura– o nuestra bestia negra, la pérgola de Santa Bárbara, del mal de la crisis económica y la megalomanía de los últimos años del gobierno del Partido Popular. Forman entre ellos el conjunto arquitectónico que podríamos llamar «del dicho al hecho» y comparten, además de la mala factura de los proyectos, los peores materiales posibles para su ejecución.

Por si usted no se acuerda –tampoco se preocupe demasiado– el mirador Entrecatedrales llegó a ser finalista de los Premios FAD de Arquitectura y del Premio Europeo del Espacio Público Urbano en 2010, cuya web recoge –con faltas de ortografía, por cierto– el proyecto tal y como fue concebido por Alberto Campo Baeza. Mármol, piezas de lumaquela que combinaban con la piedra ostionera, vigas de acero sobre una retícula de pilares metálicos y todo tratado con una «pintura blanca que les protege de la corrosión del salitre»; adoquines biselados que minimizaban el riesgo de resbalones, y un perímetro de perfiles metálicos formando una barandilla. Eso, al menos, es lo que dice la descripción teórica –Aliexpress, el deseo–; y luego está la realidad. Esa realidad que desde el primer día se había empezado a oxidar, a deteriorar, a dejar al descubierto las mellas en la desdentada terraza, desde la que el mar se imponía como único valor –indiscutible, pero único– del mirador. Un millón y medio de euros fue lo que costó.

Infrautilizado, abandonado, deteriorado, se presenta como sombra de lo que pudo haber sido y no fue, como restos del naufragio de nuestro infortunio. Refugio de vándalos, vertedero de noches sin fin, y finalmente, tumba de la última víctima de la calle; como una macabra mueca del destino, el mirador Entrecatedrales languidece atrapado entre el pasado esplendoroso de las dos catedrales y el presente incierto en el que nos movemos. Patrimonio lo llaman, y nos escuece a todos cuando lo llaman así, porque eso sí, la conciencia ciudadana funciona también por el patrón expectativa/realidad. La conciencia ciudadana y la conciencia política, que lejos de procurar el mantenimiento de las infraestructuras urbanas y de los restos arqueológicos que aparecen por cada esquina, se ha conformado con encogerse de hombros como si la cosa no fuese con ellos. El deterioro no sólo del mirador de Campo Baeza, sino de los pabellones deportivos, de la pérgola de Santa Bárbara, de las mismas papeleras que tienen en la puerta del Ayuntamiento –¿están o son oxidadas?–, de las farolas, de las aceras, de los parques… siga, siga usted que se seguro que se ha fijado más que yo, empieza a ser preocupante.

Y lejos de tomar cartas en el asunto, nuestro Ayuntamiento vuelve a hacer un castillo de naipes activando un «Protocolo de Actuación para la conservación y protección del Patrimonio Histórico de la ciudad» que sirve, al parecer, para «garantizar la conservación de todos aquellos elementos heredados del pasado, además de convertirse en un instrumento de actuación para su conservación, protección y cuidado». Pues qué bien el protocolo, que incluye, además, la participación ciudadana. Y de esta manera, seremos los ciudadanos y ciudadanas, vecinos y vecinas, lo que podremos alertar sobre el deterioro o sobre algún problema detectado en el patrimonio histórico de la ciudad.

Así, si va paseando y se encuentra con que, en los restos arqueológicos de la plaza de Varela hay unos niñatos haciendo parkour –por decir algo–, o que los cañones de San Carlos sirven de apoyo para los restos de un botellón, pues le hace usted una foto y la puede enviar por correo electrónico o por whatsapp a la Delegación correspondiente, y tan contentos todos. Usted, porque ha hecho la foto –y el trabajo que debería hacer la administración– y el Ayuntamiento, porque le ha dado participación ciudadana y porque con esto se lava la mala conciencia del abandono al que ha estado sometiendo a la ciudad. Del correcto funcionamiento de este protocolo se encargará un comité de seguimiento que va a vigilar, no ya el estado del patrimonio –que eso lo tiene que hacer usted– sino el grado de progreso del plan estratégico. Nada dice de la actuación directa sobre el elemento deteriorado, ni sobre la protección y el mantenimiento de los mismos. Pero el primer paso, ya está dado. Como ve, todo son ventajas. Tiene usted a su disposición un número de teléfono para hacer todo tipo de denuncias, mediante whatsapp, –aún no se ha formado un grupo, pero déle tiempo– además. Así que, coja su móvil y piense que puede ir dejando de buscar Pokemons para empezar a buscar desperfectos en la ciudad, que va a estar la mar de entretenido. Lo mismo de eso se trataba.

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